Laura…

Me gusta la primavera porque es la estación de las flores y de los libros.
Y porque me trae a la memoria mis primeros encuentros, aún
niña, con ese mundo festivo y luminoso de la Feria del Libro.
Fue mi padre quien me acercó a ese mágico universo de las casetas
alineadas en el bulevar. Aquellos barracones repletos de cuentos
infantiles multicolores se me antojaban enormes naves fascinantes
en las que se cobijaban todas las historias posibles. Allí se ocultaban
los grandes personajes de la literatura universal: gigantescos volúmenes
de arte, en pasta dura —inmensos y pesados para mis brazos
de chiquilla—; relatos de aventuras fantásticas, primorosamente
ilustrados; leyendas indescifrables; narraciones extraordinarias;
libros de artista; novelas de misterio; poemarios, historias de amor.
El colorido de los libros se confundía con el colorido de las flores
que adornaban los jardines. El olor intenso de los libros nuevos
—“Novedades”, anunciaban en grandes caracteres— parecía,
pues, consustancial a los aromas de la primavera. Los naranjos en
flor, verdiblancos, de finales de abril, nos acompañaban en todo
nuestro trayecto ferial enredando los olores de las páginas recién
salidas de la imprenta con la flor del azahar.
Mi padre hojeaba uno y otro libro deteniéndose en cada caseta,
y yo lo seguía paso a paso, cautivada y temerosa, como si todos
aquellos personajes de tantas historias pudieran convertirse, de
pronto, en una realidad.
—Laura —me dijo mi padre— fíjate bien, todas estas casetas repletas
de libros contienen tantas historias como quizá en toda nuestra
vida nunca podríamos leer.
Y acaso desde niña, desde la primera vez que mi padre me llevó
a la Feria del Libro, he albergado en mi interior la fantasía de poseer
una Feria del Libro para mí: un ancho bulevar, flanqueado de
naranjos y acacias, repleto de casetas llenas de cuentos y relatos.
Por eso me he decidido a crear este blog que es como un pequeño
habitáculo virtual, como una caseta de la Feria del Libro, en la que
yo acomodo, a mi manera, relatos, poemas, dibujos, ensayos de
escritores, periodistas, fotógrafos y artistas, unos conocidos, otros
amigos.

Libros de primavera

Hay en el aire, Laura, un cierto regocijo de la primavera.
El esplendor de las flores, el colorido de los
jardines, la luz penetrante de la mañana, el
verde intenso de las hojas, parecen invitar al paseo y a
la contemplación, como si el ser humano se atestara de
vida, se colmara de nuevos bríos en ese renacer unánime
de los brotes nuevos.
Y en esa coincidencia luminosa del buen tiempo, de las
fl ores y de los olores de primavera, el poeta, el escritor, el
artista, el músico, el lector, parecen sentirse empujados
a caminar, como si de recrearse se tratara en la estación
del año más cantada por los poetas.
Un libro es, entonces, el mejor pretexto para recalar en
los parques, en los bulevares, en las plazas, en las arboledas,
para sentarse a leer convencidos de que el tiempo no
existe fuera del relato que el libro nos va a proporcionar.
La primavera a nuestro alrededor, acomodados en un
banco cualquiera, de cualquier parque de no importa qué
ciudad, se confabula con el lector, como si quisiera
otorgarle todos los placeres que la naturaleza oculta: el
agua fluyente, el canto de los pájaros, el olor del azahar.
Los libros, Laura, como las flores, son de la primavera;
tiempo de nuevas energías, de flamantes hojas, de historias
inéditas. Luego vendrán el verano, el otoño, el invierno, y
cada cual traerá otros relatos, de calor, de hojas caídas,
de nieve y frío, pero, en todo caso, la primavera nos
dejará la vitalidad que solo insuflan los tiempos nuevos. Y la
mejor literatura de los románticos y de los poetas.
En la novela, en la poesía, en el teatro, en el cine, la
primavera ha nutrido a los escritores de un tiempo creativo
singular. Y sin menoscabo de las otras tres estaciones del
año, esta época de los nuevos tallos y las flores tiene su
particular influencia en el ánimo y en el talento de quienes
buscan en las musas su inspiración. Por eso, Laura, este blog que tú has imaginado luminoso y de caracteres múltiples,
nos ha llegado con la estación en que todo brota en
la naturaleza. Y tu convocatoria, como la llamada del almuédano
de los musulmanes, concita la complicidad de los
personajes y de sus autores, y aviva nuestra imaginación.
Ahora, sentado en cualquier banco de un parque de
no importa que ciudad, leeré una historia en la que
habrá libros y flores de limoneros. Y estarás tú, Laura. Y
estará volando la imaginación. Esa historia la podrás colgar,
a tu capricho, en tu blog.

Juan Echanove

Actor y director madrileño/ Escritor, gastrónomo. Premio Concha de Plata del Festival de Cine de San Sebastián, Premio Goya a la Mejor Interpretación. Premio Ondas al mejor actor de cine, Premio Sant Jordi al mejor actor. Premio Max de Teatro. Premio "Valle Inclán" de Teatro. Premio Unión de Actores.

Laura…

Ya te imagino, Juan, sentado en un banco de Puerta Real, en el
centro de Granada, justo donde cada año se sitúa la Feria del Libro
en primavera. Un lugar que tú conoces muy bien, pues en el Teatro
Isabel la Católica has actuado en más de una ocasión. Has representado
textos que primero fueron escritos antes de que tu voz y la
magia del teatro dieran forma a la historia que luego el actor hace
verosímil. Palabras para la voz de un actor.
Por eso ahora te imagino entre azahares, en Puerta Real. Y se me
antoja que la flor del limonero y la flor del naranjo —Por cierto,
¿alguien es capaz de distinguir un naranjo de un limonero antes de
que den fruto?— estarán muy presentes en ese relato que tú lees,
que yo fantaseo, y que nos ha traído a los dos a este lugar entre la
realidad y la ficción, el centro neurálgico de Granada,

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Es uno de los cuentos de “El Decamerón” en que el protagonista, enamorado, se arruina en su afán de cortejar a una dama de la nobleza, pues no mira en gastos para agasajarla.

 

Fuente de las Batallas

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Ignacio Antonio

Artista plástico/ Nacido en Granada en 1947. Su obra, mostrada en más de cien exposiciones, se cuelga en Francia, Alemania, Japón, Estados Unidos y España. Es autor, entre otros, de los libros de artista "Pasión por la esencia", "Senderos de gloria", "Todos los caminos", "Voz en la mirada", "Silencio de las palabras", "Itinerario de las ideas".

Laura…

Tu Fuente de las Batallas, Ignacio, se me antoja un canto luminoso
de amarillos, blancos y verdes, una suerte de triunfo del agua que
emerge, estilizada, en el perfi l de los árboles, que los imita buscando
su misma forma erguida sobre el suelo, porque el agua, al
contrario que la lluvia, sólo sabe deslizarse sobre un cauce, dejarse
resbalar buscando la pendiente.

 

La Puerta Real de España

Ni puerta, ni real; sobran coches y motos pero
queda un río secreto en sus entrañas y un granado
medio asfixiado que grita en el centro
pidiendo socorro

Fue ayer la Puerta Real que se levantó para que por
ella entrara Felipe IV en 1624, ese rey heredero del
Imperio de los Austrias que por poco nos busca la ruina
con tanta guerra. Del recuerdo que suena a guerras sólo
queda más abajo la simpática Fuente de la Batallas.
Hoy es la “Puertarrás” de los granaínos, corazón de
la ciudad, su centro comercial, mercadillo de monedas
y sellos, mantas por los suelos, expositor de libros,
altavoz de justas reivindicaciones y concentración de
jubilados.
Cuando rastreo en mi memoria escenas en blanco
y negro que se me grabaron con cierta nitidez,
me encuentro con aquel desastre del pavimento por el
reventón violento del río en el año 51, harto ya
de ir bajo tierra. Fue como un vómito de protesta por su
injusta prisión, por eso se armó de ramas, palos y agua
y, gritando por las alcantarillas, se manifestó en pleno
centro de la villa, donde mejor se hacía oír, como para
que se enteraran todos. Él quería lucir sus aguas
y pasearse por el tontódromo como cualquier hijo de vecino,
pero la ciudad no lo permitió; por eso, como al niño
no deseado, ni lo lavó, ni le quitó los gatos, ni se atrevió
a enseñarlo, tapándolo como cruelmente se hacía antes
con los deformes. No conozco ciudad alguna que se avergüence
de sus ríos; y aún ahora, hay noches que lo sueño
bajando para encontrarse con su hermano Genil, limpias
sus aguas y aseado el cauce, en perfecto estado de revista,
incoloro, inodoro, pero con sabor. Un sueño, claro.

El día del Guardia
Otra curiosa foto que se mantiene en mi retina es la
que tenía lugar en el llamado “Día del Guardia”, cuando
en ese punto tan céntrico se instalaba el puesto de recogida
de regalos que cada 1º de enero, como un aguinaldo
generoso, le tributaba la ciudad a los guardias de
la circulación; aquéllos de chaqueta y casco blanco que
suplían con su pito y señales manuales al todavía desconocido
semáforo. Verlos regulando el tráfico con sus brazos
en forma de 4 y con sus impecables guantes blancos era
una de las distracciones preferidas de niños y jubilados.
Guardias que tuvieron su día y que los ciudadanos agradecían
llevando pollos, pavos y hasta una ternera.
Lo que ya no recuerdo bien es si el reparto fi nal
era equitativo, si a todos los guardias les llegaba de todo
y si alguno de aquellos generosos conductores, al tiempo
que dejaba el obsequio, susurraría al oído del agente eso
de “quédate con mi cara y me quitas la multa luego”.
Eran años difíciles, de pagas escasas y se agradecían obsequios,
propinas y lo demás.

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El protagonista es Federigo de los Alberighi, un joven y cortés doncel de la nobleza Toscana del siglo XIV. Y su amada es Doña Juana, tenida por la más hermosa señora de Florencia.

Cinco esquinas
Puerta Real, periscopio abierto a los cinco vientos como
la palma de la mano y sus cinco dedos: Reyes Católicos con
sus antiguas esquinas de Costales y los Olmedos, cordón
umbilical que la une a la ciudad vieja por la que fue
Ribera de los Curtidores, cuando el río bajaba descubierto
jugueteando con puentes de nombres tan añejos: el de
los Leñadores, el de la Gallinería, el del Carbón y el
de los Curtidores; ya ni las gallinas ponen aquellos
huevos, ni el carbón calienta, ni conozco a ningún leñador
y apenas sé lo que es un curtidor. Calle con sabor de soportales
y recuerdos literarios, empezaba en Correos con
el letrero de Ganivet y terminaba con el inolvidable teatro
Cervantes. Otra se abría en el Hotel Victoria junto al Brieva
de toda la vida y frente a los antiguos billares Granada, y se
metía hacia la vega, saludando a las monjas de San Antón,
quedándose en el cine Aliatar, o se “arrecogía” perdiéndose
por las huertas de la Redonda, pero eso era ya el fi n del
mundo.
Desde Costales y el Suizo, muy cerca de donde un día
estuvo el Corral de Comedias, se llegaba a la Trinidad, haciendo
estación de penitencia en la desaparecida iglesia
de la Magdalena; pero para “andurrear” por esta calle de
Mesones, nombre antiguo contra el que no pudo el Poeta
Zorrilla, era aconsejable ir con dinerillo.
El quinto dedo de la mano era la Acera del Casino,
abierta a la Fuente de las Batallas y al Embovedado desde
1866, con las torres de las Angustias recortadas en la
nieve del Veleta; a la izquierda, en el Isabel la Católica,
estaba el casino donde los gordos se quedaban flacos con
bastante rapidez. Al lado, en el Centro Artístico, quiero
recordar un hermoso escaparate a modo de gran pecera
donde se exhibían enormes sillones casposos con señorones
a juego, apoltronados allí tanto para mirar como para
ser mirados.
Puerta Real y Acera del Casino, escenario de operaciones
de aquellos fotógrafos callejeros que inmortalizaron
a media Granada con sus especiales cámaras “digitales”;
al menos yo los veía disparar accionando sus Kodaks o sus
Verlisas con los dedos. Milagro sea que no haya en todas
las casas una vieja foto junto a las Batallas y con el Aeroclub
de fondo. Pero si no la encuentras, vete al vecino
Torres Molina que nos tiene a todos.
Hoy ya no hay puerta, ni es real; sobran coches
y motos; queda un río secreto en sus entrañas
y un granado medio asfixiado que grita pidiendo
socorro. Pero mantiene el aire de añejo sabor popular
cuando sirve de expositor de ferias artesanales, de libros
a buen precio, de vendedores de todo un poco, de mimos
estáticos y de músicos callejeros.

José Luis Delgado

Profesor, historiador y escritor/ Nacido en Granada en 1944. Es autor de numerosas publicaciones sobre temas de historia local, cronista de la historia contemporánea de Granada, ha sido durante años colaborador en el suplemento de Cultura "Artes y Letras" de Ideal. Y en la actualidad del diario Granada Hoy.

Laura…

En esos volúmenes que llenan los puestos de la Feria del Libro, en
Puerta Real, nos queda también la memoria de las ciudades, la memoria
de las plazas y de los ríos embovedados, la memoria de sus
gentes y de los hechos históricos. Unas personas dan paso a otras,
como unos edificios se derriban para construir otros. Un granado
ocupa hoy el lugar que un día dio vida a un naranjo. Los tilos, José
Luis, y los castaños de indias, y las acacias, y las calles, y las plazas,
conforman ese lugar paradigmático que en Granada es Puerta Real,
donde se suceden historias reales y relatos imaginados. ¿Alguien se
ha preguntado alguna vez en cuantos libros aparece el nombre de
Puerta Real?
Hay ciudades que enamoran a la literatura, y hay personajes que
cautivan a los escritores. Quizá por eso París, Venecia o Nueva York
tienen su propio fondo literario, su propia librería. Y así como Nueva
York albergó grandes tramas del cine negro, París reunió en sus
calles a los artistas y escritores vanguardistas, o Londres, con sus
brumas y su gélida fisonomía, fue objeto de atención de la literatura
detectivesca, Granada concitó a los escritores románticos y
enarboló su propia leyenda entre la realidad y la ficción.

La Feria

Este año no iré a la Feria del Libro de Lisboa. Que no es
como la de Frankfurt, o la de Guadalajara, en México,
ni siquiera como la de Madrid, pero es la nuestra y está
en un lugar bonito, donde antes había una colina y ahora
menos, porque la furia urbanística ha reducido los relieves,
pero aun así se ve el río al fondo, y hay una bella
imagen de la ciudad pombalina, la que iba a ser moderna
y racional y lo fue, basta pasear por ella para ver que la
razón estuvo presente cuando se diseñó, aunque luego
vinieran otros que prefirieron el obscurantismo a las luces
y casi se la cargan.
Me dicen que hace buen tiempo y que la Feira
este año está más animada, como si por ese mundo no se
labraran cosas terribles, crisis, pobreza, depresión. Dicen
que en épocas de crisis se lee más, y parece
que los contables confirman esta afirmación. A mí me gusta
pensar que en épocas de crisis la gente quiere saber
porqué llegamos a esto y se acercan a los libros como si
éstos fuesen fuentes de agua fresca y los lectores personas
sedientas.
Me gusta la Feria del Libro. Me gusta estar horas sentado
firmando ejemplares de amigos que llegan con un recado,
por lo general discreto. Me gusta levantar los ojos
y ver a las personas circulando entre las casetas, tal vez
buscan al ser humano que los libros llevan dentro. Me gusta
el calor de la primera parte de la tarde y de la frescura
que vendrá después, siento que cierto lirismo me recorre
el cuerpo, a mí que no soy lírico, sino sentimental. Y pienso
que los libros son buenos para la salud, y también
para el espíritu, y que nos permiten ser poetas o
ser cuentistas, y entender de estrellas o encontrarlas en
el interior de la voluntad de ciertos personajes, ésos que
a veces, algunas tardes, se escapan de las páginas y se pasean
entre los humanos, tal vez más humanos ellos.
Siento mucho no poder estar este año en Lisboa, en la
Feria del Libro.

José Saramago

Escritor y poeta portugués/ Ribatejo, 1922/ Premio Nobel de Literatura, Premio Pen Club, Premio Camoes, Premio de la Crítica de Portugal, Premio Internacional Mondello de Palermo. Autor de "El Evangelio según Jesucristo", "La balsa de piedra", "Ensayo sobre la ceguera", "Todos los nombres".

Laura…

Ha de ser un privilegio, José, pasear entre las casetas de los libros
en Lisboa. Y ha de ser un regalo sentir la primavera en Alfama o en
Belém. Conozco la Lisboa de azules suaves del invierno, y también
la de ocres y amarillos de otoño. Pero nunca estuve en primavera
en Lisboa. Nunca estuve en la Feira. Por eso, al leer tus palabras, he
imaginado el frescor de la tarde entre las casetas, y me he fi gurado,
como tú dices, a los seres humanos que encierran los libros. Pero
me faltan los olores y las músicas de la Feira de Lisboa. Y las fl ores
de la primavera portuguesa.
Iré a Lisboa en primavera.

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Federico se arruinó y se refugió en su alquería. Ya sólo le quedaba un bello halcón con el que cazaba y distraía su infortunio. Luego conoció al hijo de Juana, su amada.

 

En una mañana de un libro que aún no he leído

Puerta Real. Un día cualquiera de la Feria del Libro. Primavera de 2009

—”¿Qué? ¿Cómo andamos hoy? ¿Y esas piernas?”
Se acerca a mí desde el fondo del local al tiempo que
se arremanga y saca la libretilla gastada y el bolígrafo del
mandil, e intercambiamos una mirada cómplice.
—“Lo mismo de siempre”, le digo manteniendo la sonrisa.
En la mesa de al lado se sienta Manolo, como cada día,
desde hace ya no sé cuantos años. O tal vez son semanas,
que la edad se ha instalado en su cuerpo y ya
no se la sacude ni con el bastón. Le gusta abrir el periódico
con la paciencia infi nita del que no tiene prisas
por la vida, que ya la vida le ha dado de sobra y ahora
es él quien le da las gracias por los días extra. Lee en voz
baja, para sí mismo, y masculla entre dientes esos “deslices”
que ya no es capaz de tolerar, a su edad. Con gesto
pausado, se lleva el pulgar a la boca y se lo empapa para
adherirse las hojas grises del Ideal.
En mi mesa, la manchada arde y deja un cerco en el
plato. Ahora que me fi jo unas gotas han mojado la página
101: “Estaba solo pero no me sentía aislado de los otros,
separado de ellos por una barrera tan invisible y tajante
como el cristal de los escaparates de las papelerías…”
Un poco más de la mitad del sobre de azúcar, la cucharilla
y remuevo.
Casi las doce. Ahí fuera, en Puerta Real, pasan bolsas
repletas directas del mercado colgadas de señoras,
de paseos sin prisas, de charlas de vecinas y callejeo de
barrio; el entrar y salir de Correos, el semáforo en rojo y
las sombras de los soportales de Ángel Ganivet.
— “Café con leche”.
— “Tostadas con tomate”
— “Ahora se lo llevo yo a la mesa”.
Manolo levanta la vista. —”Esos no parecen de aquí”,
dicen sus ojos cansados detrás de las gafas progresivas.
Estudia minucioso los movimientos de los recién llegados
y aprueba las formas con un ligero cabeceo. Le da otra
vuelta al café, pasa otra página más.
“…me habían contado cuentos y cantado canciones,
leído libros infantiles y tebeos con la voz dubitativa de
quien no aprendió bien a leer”, me quedo en la misma
página y me repito…”con la voz dubitativa de quien no
aprendió bien a leer”. Miro los labios de mi compañero
de mesa, repasando en voz baja las líneas de la quiniela,
mascullando resultados, comprobando en el trozo de papel
arrugado que ha desplegado sobre la mesa, marcando
con el dedo en la página para no perderse.
Ya suenan las campanas y en un gesto mecánico
compruebo que mi reloj va en hora. La cafetería se va
llenando al tiempo en que el sol se cuela por los
rincones y echa a la gente a la terraza.
Y a esta hora, como todos los días, despliega la hoja de
las esquelas, repasando los nombres de vecinos que ya no
están: “Pepe el de la Chana, el pobre, estaba muy malo”.
Teresa, tampoco. El resto ya no los conoce: nombres impronunciables
que se suman en un “que Dios los tenga en
su gloria” y una mirada perdida.
Cierra el periódico y, en la última página, recorta el
cupón de los dos puntos para esa colección de libritos que
le anda juntando al nieto. —”Mañana tengo que acordarme
de llevarlo al kiosco” suelta al tiempo que esparce
unas monedas sobre la mesa. “De aquí se cobra el café y
el resto se lo guarda”. Se toma el último sorbo, haciendo
el mismo y rítmico ruido. Coge su bastón y le sonríe a “la
Angustias”. Se levanta y escudriña este día de sol.
Puerta Real es un hervidero de gente pasando que me
distrae del “Viento de la Luna” para llevarme detrás de sus
lentos pasos en su hora de paseo por la Acera del Darro.
Cierro el libro por esa página 101 “… y separa con dificultad
las palabras”. Dejo el dinero justo y, como siempre, algo
para el niño. Veo a Manolo saludar a los mismos hombres grises
que esperan replegados en los bancos, junto a la fuente.
Se hace un hueco con el bastón y se sienta torpemente.
En estos días que son diferentes, de luz, de olor a
libro y puestos de calle, el bullicio les deja absortos
en la gente que va y viene de los “nuevos” a los “viejos”;
y apaga el trasiego, por una semana, las conversaciones
cotidianas de achaques, nietos, nueras y muertos.

María Gómez Bravo

Periodista, escritora y blogger/ Nacida en Alhaurín el Grande (Málaga) en 1978. Responsable de comunicación Fundación Titanic y Musealia Entertainment. Consultora de contenidos Public Relations Webjam Ltd. (Londres). Periodista digital en Sogecable y RTVE. Creadora de "Londres Magazine".

Laura…

Parece, María, que el paso del tiempo —la mañana, la tarde, la
noche; los días, los meses, los años, con sus luces y sus estaciones,
con sus gentes, con sus achaques, nietos, nueras y muertos—
transcurriera por este blog como la vida, en un vaivén, como un
carrusel que da vueltas incansablemente, dejándonos sus instantes
y sus huellas. En ese tráfago en el que todos vivimos —aunque a
menudo también dejamos que la vida pase de largo, como si se nos
escapara de las manos— hay, como en la fl or del azahar, mucho
de realidad, mucho de ficción, y mucho de poesía, como el paisaje
que se transforma según le viene la luz, según el calor o la lluvia,
como esa plaza de Puerta Real que ahora nos sirve de lugar de
encuentro.

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Juana quedó viuda, y su hijo trabó gran amistad con Federico, con quien se iba de caza. A ambos les encantaba montear con el halcón, tan bien amaestrado como lo tenía Alberighi.

 

¡Agua!

Es el 13 de septiembre de 1951. Antonio Lozano, sin
saber que va a morir dentro de unas horas, se arregla
apresuradamente, nervioso, besa a sus hijos y sale por la
puerta. En sus manos lleva un viejo cuaderno de tapas
duras, marrón.
Es el 13 de septiembre de 2009. Antonio Lozano hijo,
sin saber que su vida estará a punto de cambiar dentro de
unas horas, se arregla sin prisas, dejándose llevar por la
zozobra. Besa sus hijos y sale por la puerta. Es sus manos
lleva el mismo ramo de flores que cada año, multicolor.
Antonio Lozano había sido siempre un hombre discreto.
Decían que no se interesaba por la política, que
amaba a su mujer y que el mejor regalo que le trajo el
mundo eran sus hijos. Tenía una profesión humilde,
impresor, a la que se dedicaba en cuerpo y alma. Si
hubiese alguien capaz de hablar mal de él, podría haber
dicho que pasaba demasiado tiempo allí dentro cuando
podía haber estado junto a su familia. Pero nadie era capaz
de decir algo malo sobre él.
Sin embargo este día, 13 de septiembre de 1951, se
le ve diferente. Se le ve nervioso. Camina
apresurado por la Avenida Reyes Católicos, con ritmo irregular.
Sus ojos inspeccionan cada rostro que se cruza en
busca de caras conocidas, para evitar cruzarse con ellas.
Torpemente sostiene el cuaderno marrón bajo su chaqueta,
también marrón.
Enfila ya la oficina de correos. El cielo gris no
presagia nada bueno.
Antonio Lozano hijo heredó la imprenta de su madre,
la cual la heredó de su marido cuando éste desapareció.
Se ha dedicado al negocio con la misma pasión con la
que, antaño, su homónimo padre la cuidaba y mimaba. A
sus 63 años no piensa ya más que en dejar el negocio en
manos de su hijo mayor y dedicarse a vivir relajadamente.
Sin embargo éste no quiere saber nada del negocio
(aunque ha pasado varios trabajando y aprendiendo con
su padre).
Este 13 de septiembre recorre, sin saberlo, el mismo
camino que hizo su padre hace 58 años. Baja relajadamente
por Reyes Católicos, saluda al señor Gómez (un
buen cliente) frente a la oficina de correos y llega por fin
a la Acera del Darro. ¡Qué diferente se ve la calle!
Veintenas de personas pasean bajo el sol, comen helados
y se sientan en los bancos a charlar. Las parejas de jóvenes
están pegadas por sus labios y apenas parecen respirar.
Donde antes había una tienda de sombreros hay ahora
una tienda de Kebabs. Donde antes estaban los agentes
de la policía armada, ahora hay varios inmigrantes de negra
piel vendiendo gafas de sol, carteras y CDS de música
sobre sábanas.
Antonio Lozano ha llegado ya a la fuente de Puerta
Real. Es el lugar acordado y faltan apenas 5 minutos para
que llegue Miguel Hidalgo. No lo conoce más que de una
ocasión pero, a pesar de no confiar plenamente en él,
parece que es la única persona que puede hacerse cargo
del cuaderno y de la lista que contiene.

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Es “El halcón”, la novela novena de la quinta jornada de “El Decamerón”, el libro de cien cuentos que Giovanni Boccaccio finalizó en 1351. En estos relatos se trata del amor, la fortuna y la inteligencia.

Los minutos pasan lentamente y Antonio Lozano
empieza a ponerse nervioso. A lo lejos cree distinguir a
algunos miembros de la guardia armada de paisano, pero
no se dirigen hacia él. De repente, mientras les sigue con
el rabillo del ojo, una mano se posa sobre su hombro.
Se da la vuelta, nervioso, y se encuentra con la viuda
del señor Herrera, quien fuera uno de sus mejores clientes
antes de morir en un accidente de tráfico. Se saludan
educadamente, a pesar de que él no es capaz de
ocultar su nerviosismo. Ante la pregunta de ella
de qué hace ahí parado no puede más que mentirle diciendo
que espera a un amigo para buscar un regalo para
su mujer. ¿Qué otra cosa podía decirle? Tras asentir, ella le
responde que se dirige a casa después de visitar al doctor
Eduardo Ortiz, para felicitarle por su nombramiento como
decano de la facultad. Antonio, mostrando cada vez más
su nerviosismo le dice que se alegra por la noticia (mientras
piensa para sus adentros en lo bien que les va la vida
a aquellos que cambiaron de bando en el último momento)
y, bruscamente, se despide y avanza hacia la fuente.
Frente a él está ese “amigo”, el señor Hidalgo. Era
la segunda vez que se veían. La primera fue cuando los
presentaron, en una reunión a puerta cerrada. Los compañeros
dijeron que era la persona ideal para cuidar de
su cuaderno de tapas marrones; que era el único que, por
sus contactos en el gobierno de la ciudad, podría tenerlo
a buen recaudo hasta el momento que su contenido pudiese
hacerse público. Evidentemente Antonio Lozano no
se fi aba del todo de este personaje que se movía por los
círculos clandestinos al tiempo que almorzaba en casa del
jefe de la guardia armada, pero qué podía hacer. Debía
fiarse de este misterioso personaje.
Le saludó con un simple “hola”; no era lugar para consignas
republicanas ni saludos contra el régimen. Miguel
Hidalgo le sonrió y dio un paso hacia él. Al mismo tiempo
sucedieron tres cosas: cuatro guardias armados surgieron
de detrás de la fuente y otros dos avanzaron por detrás
de Antonio; alguien, a lo lejos gritó ¡agua!; y la
tierra tembló y una franja se abrió frente al atónito
Antonio Lozano. De ella comenzó a fluir agua.
Antonio Lozano hijo, admira la nueva fuente de Puerta
Real. Y admira también a quienes se sientan en los bancos
y recorren la calle, ajenos a los sentimientos que en él
despierta. Hace 58 años exactos, esta calle era un infierno;
un infierno de agua. Él no lo vio, pero recuerda las fotos
que publicó el diario Ideal al día siguiente. Su mente,
como cada 13 de septiembre, le devuelve a su infancia y a
cómo buscaba a su padre en esas fotos mientras su madre
lloraba al fondo de la habitación. Nunca logró verle en
las fotos, ni reconoció a su padre en el cadáver azulado e
hinchado que tuvo que velar durante tres días.
Perdido en estos pensamientos, avanza de forma casi
mecánica hacia la fuente y deposita su ramo de flores.
Prometió a su madre, cuando a ésta ya no le quedaban
fuerzas para hacerlo, que seguiría llevando el
mismo ramo cada año al lugar en el que su padre
murió. Nunca se preguntó por qué debían ser lilas, rosas
rojas y rosas amarillas. Su madre decía que
eran las flores favoritas de su padre, y eso era suficiente.

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Fue tal la amistad entre Federico y el hijo de Juana que todos los días se iban ambos de caza con los perros y el halcón del noble enamorado, quien aún suspiraba por la Madonna.

Al levantar la cabeza su mirada se cruza con la de un
anciano que, sentado en un banco a su derecha, le mira
sonriente. Va vestido con un raído abrigo marrón y sujeta
en sus manos un cuaderno marrón también, y muy deteriorado.
Se miran el uno al otro, explorándose. Es en
ese momento cuando la cabeza de Antonio Lozano hijo se
pone a funcionar. No es la primera vez que ve al anciano.
Hace años que coincide siempre con él los 13 de septiembre.
Siempre le observa desde el mismo banco. Pero no
es sólo eso. Es el cuaderno. Recuerda haber visto ese cuaderno
antes. Era el que su padre siempre llevaba consigo,
no hay duda. Está estropeado por el tiempo y las páginas
amarillentas, pero reconoce las cubiertas.
¿De dónde habrá sacado ese hombre el cuaderno? ¿Y
qué contendrá? Antonio Lozano hijo recuerda a su padre
copiando cada noche una serie de nombres de un papel
arrugado al cuaderno. Cada noche un nuevo papel arrugado.
Antonio Lozano recuerda lo nervioso que estaba su
padre aquel 13 de septiembre de 1951, y como trataba
de ocultar el cuaderno bajo su abrigo. Antonio
Lozano no recuerda los ojos de su padre, pero sí ese cuaderno
que el anciano guarda entre sus brazos. Debe hablar
con él, debe ver el contenido del cuaderno.
Comienza a andar, pero en ese momento suceden tres
cosas: Un grupo de policías municipales aparecen por la
plaza; alguien grita ¡agua!; y todos los inmigrantes recogen
sus fardos a toda prisa y salen corriendo calle arriba,
cruzándose entre el anciano y él.
Cuando la maraña de personas ha pasado, el anciano
ya no está. Pero el cuaderno reposa sobre el banco. Antonio
Lozano lo recoge, mientras busca inútilmente al viejo.
Abre las páginas del cuaderno y empieza a leer. Se trata
de una lista interminable de nombres,
fechas e indicaciones. Cada nombre lleva a su lado una
fecha y una indicación rudimentaria (treinta y tres pasos
tras el pino mayor; a 300 metros del embalse;…). Así páginas
y páginas. Al final, un pequeño recorte del diario El
Ideal, del 16 de octubre de 2008. El artículo se titula “En
Granada hubo más de 5.000 desaparecidos entre 1936 y
1951”.
El 13 de septiembre de 1951 Antonio Lozano tuvo la
oportunidad de morir. Traicionado justo cuando creía que
su sueño estaba a punto de cumplirse; cuando creía que
la lista que había redactado durante estos años iba a ser
puesta a salvo por fin. Miguel Hidalgo le traicionó y le
vendió a la guardia armada junto con el resto de sus colaboradores.
Quiso la casualidad que justo en el momento
en que iban a detenerle por disidente, al río Darro le
diese por desbordarse y al abovedado de Puerta Real por
desplomarse e inundarse. Quiso la casualidad que todos
viesen también como la marea de agua le daba
en plena cara y lo arrastraba. Esa misma marea hizo
justicia y acabó también con la vida del señor Hidalgo.
El 13 de septiembre de 2009 Antonio Lozano hijo ha
recibido la herencia de su padre. Una lista con todos
los desaparecidos en la provincia de Granada entre 1936 y
la fecha de la muerte de su padre. Una lista con 5.048
nombres y las indicaciones para localizar sus restos.
El 14 de septiembre de 1951 amaneció oscuro. Antonio
Lozano, empapado todavía, salió de casa de Don Fermín,
el único en que podía confiar. Había decidido morir, pues

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Un día, el hijo de Juana cayó enfermo. Nadie sabía qué le ocurría. Así pasaron las semanas. Y la
monna, que no se apartaba de su lado, se mostraba cada vez más preocupada.

su tapadera había sido descubierta. Dejó encargado a Don
Fermín que informase a su mujer de que actuase como
si hubiese muerto de verdad, pues para el mundo había
muerto y era mejor así. Apuntó un último nombre
en la lista, el que figuraba en el cuerpo al que había
quitado el abrigo marrón y al que había cambiado la cartera
por la suya y se lanzó a la calle, a esperar el momento
en que la lista pudiese hacerse pública.
El 14 de septiembre de 2009, Antonio Lozano hijo entregó
el viejo cuaderno marrón en las oficinas del ayuntamiento,
cumpliendo por fin la misión de su padre. Volvió
a casa, besó a su mujer y lamentó aquel grito de agua
que le impidió reunirse de nuevo con su padre. Al coger
el periódico, lloró con la noticia de la muerte de un
indigente ahogado en el Darro, vestido con traje
y abrigo marrones.

Raúl González Bofill

Escritor y blogger/ Nacido en Ceuta en 1985. Licenciado en publicidad por la UPSA, escritor ocasional. Asiduo del relato corto y del microrrelato, frecuenta los espacios narrativos de Internet y escribe en www.microrelatos.blogspot.com

Laura…

En los cuentos, y en la fi cción, Puerta Real ha sido durante décadas
el centro de la vida de Granada. En tu relato, Raúl, el Darro, bajo las
bóvedas que cierran su cauce, se transfi gura en protagonista de la
ciudad, como si bajo los adoquines de las calles palpitara el latido,
y la ciudad se dilatara sobre sus aguas.
Ese río, que nace en la Fuente de la Teja, en la Sierra de la Alfaguara,
daba oro en tiempos, de ahí su nombre Dauro, y en tiempos en
sus orillas se veía a la gente cribando la arena en busca de pequeñas
pepitas que luego vendían al peso para sacarse un jornal.
Joseíco Poyatos, un vecino que habitaba en el Camino del Monte, y
que en muchas ocasiones encontró oro en las aguas del río Darro,
nos refi rió una vez la historia del reventón del embovedado que tú
has narrado en este blog. A él le temblaban las manos mientras hacía
aspavientos en el transcurso del relato. En Granada ese fue un
acontecimiento histórico, un pasaje que ha quedado en la memoria
de los habitantes de la ciudad, y en los libros impresos. Y en las
leyendas orales que pasan de unos a otros, de voz en voz.

Laura…

Villar Yebra nos dejó para nuestra memoria, aquella Plaza Real por
la que pasaba el tranvía —amarillos y azules en ese vértigo de la luz
que nos emparenta con los recuerdos— y por la que pasaba la vida
de la ciudad dejando su huella en las estampas, en las fotografías y
en los libros, como una película en celuloide añejo a la que hemos
añadido color fotograma a fotograma, y ahora, ya luminosa, se nos
antoja tan distinta de lo que acaso fue. Pero ocurre que el arte y la
literatura no son meros instrumentos de recreación de la realidad.
A menudo nos aportan realidades nuevas. Y otras veces apenas
llegan a sugerirnos siquiera la dura realidad que nos circunda.

Esta lluvia que pasa

LLUEVE sobre los hombres que pasan y caminan,
que se cruzan sencillos bajo el perfi l del agua
que cala mansa y lenta,
estremecida,
que se esponja en las tierras como un maná divino,
que corre la azacaya y se expande en la sombra
limpiando los husillos
que fueron cráter yermo del último verano.
Llueve sobre los hombres
que soportan el peso de existir y mirarse,
de sentirse perdidos en medio de la lluvia
que cae y los hermana,
y los une y protege y hace que abran
paraguas que en la noche
se perfi lan en luces —y en sombras que la vida…—
les ofrece en el centro de esta tierra inclemente,
Puerta Real de Granada,
retazo de esa historia que la vida desvela
en el tierno contraste de la lluvia que pasa
que empapa y que perdura.

Arcadio Ortega Muñoz

Poeta y escritor (Granada, 1938)/ Presidente de honor de la Academia de Buenas Letras de Granada. Ha publicado, entre otros, los poemarios: "'Ancora del tiempo", "Existir en las horas" y "La hora del té"; las novelas: „El retorno de las rosas", "El silencio de Laura", "El testamento" y "Ayer cumplí 89 años"; y el ensayo "Andaluces con paisaje".

Laura…

La lluvia, dices, Arcadio, que pasa, que empapa y que perdura,
como los sueños y como el tiempo que vivimos con vehemencia.
En esa metáfora de las cosas que transcurren sin dejarnos huella y
aquellas otras que nos empapan y calan la tierra, y sirven de refugio
a nuevos brotes. Los lugares comunes, los hechos ocurridos, las
personas y los libros, parecen cerrar ese ciclo vital del ser humano,
en el que la lluvia es como un alimento silencioso, como el pago
que la naturaleza recibe, como parte esencial del ciclo de la vida.
Y una se pregunta ¿cuánto importa la lluvia a los poetas, cuánto a
los escritores, cuánto a los relatos fantásticos? —qué sería de las
historias de aventuras sin la brisa que predispone al galanteo, sin
el vendaval que atrona los castillos encantados— ¿cuánto a los
poetas, cuánto a las flores y al viento?

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La Madonna (“mi señora”, tal como la llamaba Federico), no paraba de preguntar a su hijo qué le
ocurría, inquieta por el cariz que tomaban los acontecimientos.

 

Lecturas para Laura

Cuartetas para cuatro cuartetos
(un preludio y una coda)

Para Laura pequeña, este jardín
con flores del tiempo, para que lo lea
al oreo intemporal que aspira siempre la poesía.

Preludio
En el jardín de Laura
SILBOS de luz conmovían
azul y blanca la adelfa:
al libro, Laura, del viento,
en el sopor de la siesta,
guirnaldas de tu vergel
un alma animan despierta.
Páginas agita y versos
del jardín predilecta
entre la brisa la flor
que pétalos hizo poemas.

En primavera
(Allegro)
A los extremos del mundo
alhelí exhala y violeta
el espejo donde el tiempo
eternidad se contempla.
Si de la vida no es verso
es de jazmines poema
el libro tuyo que lees,
mi niña, por primavera
en el silencio de un marco
música de las esferas.

Lectura estival
(Lento)
BAJO el sol sin movimiento
un alma de brumas densa:
a la sombra del jardín
marca lejana presencia,
entre el jazmín y la rosa,
el hibisco y la caléndula.
Lee, Laura, en el sopor
cristalino de la siesta
el verso que se desliza
de tus sueños centinela.

En el otoño
(Andante)
EN los anales del alma
amarillo y ocre se cercan
de amarantos el paisaje,
el corazón de lobelias.
En el pensil de los setos
se desliza una leyenda:
luz y sombra, sombra y luz
—dice entre las hojas secas—
que del fin hace principio,
del infinito frontera.

Lecturas de invierno
(Adagio)
TRAS el cristal del cauchil
heladas lunas se quiebran,
en el jardín crisantemos
y ciclámenes y anémonas
un halo exhalan de luz
sobre anturios y camelias,
cuando en las sombras dibuja
su geometría perpetua
el tiempo en crespas aristas
que eternidad emparenta.

Coda
(En la estación total)
CUANDO todas las corolas
eran versos sin poema,
el jardín cantó sus nombres
música en silencio ingenua:
para Laura estas lecturas
de jazmines y violetas,
de rosas y crisantemos,
de alhelíes y caléndulas,
porque en verdad su silencio
en los corazones suena.

Francisco Acuyo

Poeta, editor y escritor/ Nacido en Granada en 1960. Director de la revista "Jizo de Humanidades". Director de la revista "Extramuros". Es autor de "La transfiguración de la lira", "No la flor para la guerra", "Cuadernos del ángelus", "Los principios del tigre", "Mal de lujo", "Pan y leche para niños", "El hemisferio infinito".

Laura…

Seducida por la palabra, por los versos, Francisco, estas “Cuartetas
para cuatro cuartetos” me trasladan a otro universo, como los “volanicos”
—así llamábamos de chicos a los vilanos, los filamentos
que coronan el fruto de algunas plantas y les sirven para que las
semillas sean transportadas por el viento a otros lugares— que se
dejan llevar planeando sobre el paisaje.
Abstraída, pues, en ese mundo tuyo de jazmines y de violetas, tu
palabra me sirve para saberme más viva que nunca y para reconocerme
distinta del resto de las criaturas de la naturaleza, en la medida
en que mis sensaciones son sólo mías, particularmente mías,
como son exclusivas las emociones que cada uno percibe en sus
entrañas con la lectura de un relato o de unos versos.
En ese distingo, tal vez, está el gran secreto de la literatura, y el
misterio del arte: la capacidad que la palabra y el hecho artístico
tienen para conmover, para inquietar, para despertar distintos
sentimientos y múltiples y diferentes matices en cada uno de los
lectores y espectadores.

Más allá de la Historia y de la Ciencia

a la ceniza de Cristóbal Colón

¿Dónde, tu voz?, ¿dónde se halla tu acento?,
¿de oro el sitial que incansable buscaste,
el plus ultra, non, allende los mares,
la ansiada esperanza escrita en el viento?
Sí, ¿dónde, tu paz?, ¿qué, de tus secretos?;
de la mar océana, almirante
—de las Indias, señero, estandarte—,
navegante en la nao de un anhelo.
Cuando mi mano a estos, tus restos, toca:
ceniza, tú, podredumbre, miseria,
y mi pecho, tu palabra, invoca…,
consuelo para ti siempre quisiera,
y la oración que musite mi boca
traiga la paz que el buen Dios te conceda.

Rafael Delgado Calvo-Flores

Poeta, escritor y profesor/ Nacido en Granada en 1953. Vicepresidente de la revista "Extramuros". Es autor de "Poemas gitanos", "Al mar: poemas", "Peregrino del tiempo. Reflexiones y poemas", "Equipaje del náufrago", "Manuel Benítez Carrasco: un destino en la poesía: de la cuna a la joven madurez (1922-1955)".

Laura…

En los libros se hallan todos los mundos, y la memoria y el gran
legado de nuestros antepasados. Ahora, Rafael, quedarán impresos
tus versos, y en esas páginas el halago que haces de la investigación
y de la ciencia. Tus versos a las cenizas de Cristóbal Colón, más allá
de la historia y de lo puramente científico.
Otra vez el viento y la palabra para invocar la memoria de los que
nos precedieron. Los versos, tomados a contracorriente, siglos después
de aquel larguísimo viaje que nos valiera el hallazgo de nuevas
tierras y un nuevo mundo, son como un reguero en el que la ciencia
—el mejor notario de nuestro tiempo— parece confabularse con
la historia para confi rmar nuestras sospechas. De lo triste y de lo
malo que ocurriera pasaremos página, pues nos halla la literatura,
y nos va la vida en ella.
Es curioso cómo el hombre vuelve sobre el hombre, y lo descubre,
lo halla, lo encuentra, después de que la tierra haya vuelto sobre la
tierra, después de que nos hayamos convertido en parte consustancial
de la tierra. Como un gran ciclo que retorna. Como este blog
que se sucede de una imagen a otra, de unos versos a otros, de
unas palabras a otras.

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Un día en que Juana encontró tan apenado a su hijo, postrado como estaba en el lecho, le preguntó
qué quería, qué deseaba, qué podría ella traerle para que remitiera su enfermedad.

Detrás de las palabras

¡Ah, si pudiese navegar por el espacio
que envuelve las palabras!
Giran
en el caos y forman nebulosas,
libros tal vez, o se alinean
simplemente, como los astros, dando
lugar a una sentencia, a un verso, a este verso
que se debate en la agonía
de encontrar un signifi cado.
Giran
y giran, pero tienen
zonas oscuras a las que no llega
la mente que las ilumina.
¿Qué ocultan en la parte
que permanece en sombra? Nacen
de una explosión y escapan
de su desastre original y, solas,
se forman a sí mismas, sin más leyes
que las que rigen en su propia órbita.
Algunas chocan entre sí, soltando
incandescentes chispas que originan
la inspiración de los poetas; otras
se quedan a años luz: son el lenguaje
de los dioses; algunas
se acercan y se dejan
acariciar domesticadas; otras
se quedan rezagadas
en los caminos de la historia. Todas
atrayéndose, acaso
repeliéndose, envueltas en su atmósfera
silenciosa y distante.
¿Cómo alcanzar su cara oculta?
¡Ah, si pudiera navegar por el silencio
que envuelve las palabras!

Rafael Guillén

Poeta y escritor/ Nacido en Granada en 1933/ Miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada, Premio Nacional de Poesía, Premio de la Crítica de Andalucía, Premio "Leopoldo Panero". Es autor de "Los estados transparentes", "Prosas viajeras","Límites", "Mis amados odres viejos", "La configuración de lo perdido", "Estado de palabra", "Signos en el polvo".

Laura…

Si pudieras navegar por el silencio que envuelve las palabras, Rafael,
si pudiéramos todos alcanzar los matices y los signifi cados de
cada vocablo y de cada silencio y de cada verso. Si acaso pudiéramos
desentrañar ese gran universo que hay detrás de cada frase, de
quien la dice y de quien la interpreta; si pudiéramos captar todas las
emociones, todos los sentimientos, las almas sensibles de quienes
urdieron cada verso, cada estrofa, cada relato, cada pintura, cada
fotografía. Sabríamos entonces que la lectura de un libro es infi nita
y que cada estrofa, cada palabra, cada imagen, llega a cada uno
de distinta forma, y cada cual la percibe de manera distinta en sus
entrañas.

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“Querida mamá, si usted consigue para mí el halcón de Federico, creo que podré curar en seguida”, le contestó su hijo, quien apenas podía ya articular palabra.

Manifestante antisistema

Querida Laura:
Es frecuente opinar en una conversación informal con
alegría y ligereza mientras tomamos una taza de café,
bebemos una copa de vino o caminamos dando un paseo.
Es lo que habitualmente solemos hacer los españoles, tan
amigos de la tertulia y de pontifi car sobre todo lo divino
y lo humano que nos rodea. Por el contrario, cuando alguien
nos pide que pongamos por escrito una opinión concreta
la verbalidad se restringe y las ideas y las palabras
parecen no querer salir de nuestra mente. Tu solicitud
es, sin embargo, tan seductora y el tema sobre el que me
pides opinión escrita —el libro y la lectura— de tal interés
que, a pesar de las limitaciones que acabo de señalar, no
puedo negarte mi comentario
He de decirte que juego con alguna ventaja y es que ya
he opinado sobre el libro y la lectura en alguna que otra
ocasión y que lo que voy a hacer ahora es actualizar, tan
solo, mis refl exiones para poder contestar tu petición.
Verás, sostengo que, en nuestros días, el libro es
el mayor y más útil agente antiglobalización
que pueda darse y lo sostengo por dos motivos. En primer
lugar porque el libro nos hace humanos, en segundo
lugar porque nuestra relación con él nos pertenece
de un modo total y absoluto. Un libro, cualquier libro,
desde la “Iliada” de Homero hasta el último ensayo o poemario
publicado es, en efecto, como ha afi rmado Diego
Gracia, una unidad de sentido, es decir una unidad capaz
de simbolizar y transmitir valores. El libro, añade Diego
Gracia, es por ello el instrumento en el que
la cultura se condensa, se fi ja, se transmite y se
entrega. Y como la cultura es propia del ser humano la
conclusión es bien sencilla: el libro humaniza.
En su ensayo “El tema de nuestro Tiempo” Ortega afi rma
que “cada vida es un punto de vista del universo”.
Pues bien, con los libros ocurre lo mismo, cada libro es
una vida y, por tanto, un punto de vista único, esencial
y distinto sobre el universo en que vivimos. Y esa posibilidad
de conectar con la vida propia y singular de cada
libro es la oportunidad que, contra cualquier intento de
globalización, nos ofrece la lectura.
Si el libro es capaz de humanizar y tiene, por otra parte,
vida y punto de vista propio sobre el universo, resulta evidente
que leer un libro, cualquier libro, constituye
un acto de afirmación contra la homogeneidad
del mundo. No puede por ello sorprendernos
que el libro haya sido y sea visto como subversivo por todos
aquellos que han impulsado e impulsan la uniformidad
sobre la diversidad y la servidumbre sobre la libertad. En
“Fahrenheit 451”, el cuento futurista de Ray Bradbury y
la posterior película de François Truffaut, el libro es ya un
peligrosísimo agente antiglobalización, y la historia que se
narra una perfecta alegoría de lo que el libro representa
como amenaza para la sociedad narcotizada y clónica descrita
en el cuento y la película. Una sociedad que parece
futurista en “Fahrenheit 451”, pero que empieza a ser muy
parecida a la que nos ha tocado vivir.

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Juana quedó perpleja, a sabiendas de cuánto la había amado Federico, y acaso de cuánto aún la
quería, pero decidida a hacer lo que fuera preciso por sanar a su hijo.

Espero, querida Laura, que estas ideas que acabo de
transcribirte no te escandalicen demasiado. Me gustaría
mucho poder discutirlas contigo, pero mientras tanto y
para abrir boca trata de sentir lo mismo que yo. Cada vez
que vayas a una librería o a una feria del libro, cada vez
que tengas un libro entre las manos piensa que eres una
“peligrosa” manifestante antisistema.

Antonio Campos

Escritor, ensayista, profesor, investigador/ Nacido en San Fernando (Cádiz). Es miembro de la Real Academia de Medicina de Madrid. Colaborador habitual de Ideal, columnista en la revista "Volúmenes". Es autor de "El cuerpo humano, la construcción de la libertad", "Manual de reflexiones urgentes".

Laura…

No me escandalizan sino que me adulan, en la medida en que comparto
contigo, Antonio, esa reflexión cuasi agorera, pues es cierto
que el libro parece haberse convertido en rara avis, en un mundo
en el que la lectura apenas supone un estímulo para las generaciones
más jóvenes.
Y ese es quizá el argumento de este blog que aspira a dar nuevos
ánimos a los indecisos, que pretende insinuarse como humilde
compendio de la imagen y de la lectura, como modesto cónclave
de historias y de autores, de relatos y de versos, de fotografías y de
grabados, de reflexiones y de epístolas.

Tiempo de lectura

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Francisco Martín Morales

Dibujante (Almería, 1946)/ Miembro de la Academia de Bellas Artes de Granada, colaborador de ABC, La Estrella Digital, La Clave, Inteviú. Premios: Periodismo Gráfico del Club Internacional de la Prensa "Mariano Cavia" "Mingote", Ciudad de Madrid, "Olimpiada de humor de Valencia". Es autor de "La guerra de los golfos", "35 millones de maduros".

Laura…

Apagar la televisión y buscar un libro en la estantería, Paco, sentarse
y leer un rato, en silencio, es un ejercicio recomendable, y
saludable, Tanto como caminar durante un par de horas cada día,
o reír a carcajadas, o tomar fruta a media mañana. Deleitarse en
la lectura es como saborear un buen plato, como embelesarse con
la música, como sonreír ante tu dibujo, como sentirse cautivo de
unos ojos

Viajando por los libros

RECORRO galerías inauditas
como quien viaja al centro de un refugio
refractario a los ecos. Subterfugio,
pues perduran las voces y las citas

que la atención alerta me regala:
revelador acorde, confidentes
sombras entre las páginas flüentes
del río interminable que propala

la aventura imprevista y misteriosa.
Conversación feraz con los difuntos
testigos del pasado: los presuntos
cómplices de esta edad vertiginosa.

Libros intonsos dejan tantos años
errantes sin afán: reclaman daños.

José Gutiérrez

Poeta y escritor/ Es miembro numerario de la Academia de Buenas Letras de Granada/ Nacido en Nigüelas (Granada) en 1955. Director de la revista "El Fingidor". Autor de "Ofrenda en la memoria", "Espejo y laberinto", "El cerco de la luz", "La armadura de sal", "De la renuncia", "Poemas 1976-1996", y "La tempestad serena".

Laura…

Dices, José, de la aventura imprevista y misteriosa, y en ese verso
se resume, acaso, el gran secreto de la literatura, pues el misterio
proclama lo oculto, lo venidero, pero también la emoción y la aventura.
En las páginas de un libro habrá versos o prosa, o imágenes, o dichos,
o diálogos. Pero en ese lance ha de haber andanza, secreto,
pasión, intriga…

Carrusel

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Enrique Bonet Vera

Dibujante/ Nacido en Granada. Ha ilustrado los libros "Cuentos de la Alhambra para niños", "El héroe del Castillo Negro", "El niño que mató a Dios". Es autor de "Cuestión de clase", "Pláginas amarillas" y "Sólo para inútiles". Es humorista gráfico en "La Opinión de Granada" y coordina la web Irreverendos (www.irreverendos.com).

Laura…

En tu carrusel, Enrique, hay una danza de libros y colores vivos,
como si las historias restallaran y los nombres sobresalieran, en relieve,
en nuestra memoria. En tu tiovivo caben todos los relatos y
los versos; caben todas las imágenes y grafías. Y giran, como un
carrusel incansable, todos los nombres propios, los protagonistas,
los personajes, los objetos, los paisajes.
Todo gira, incluso nuestras vidas, en esa suerte de libro aún no
escrito en el que se atropellan, como una multitud, la realidad y la
ficción de cada día.

A Harold Bloom

Hay siempre algo muerto en lo escrito, algo como de
sonrisa congelada, o esperanza nunca cumplida o
llanto mudo que no termina o alegría restallante que estúpidamente
persiste en su mueca absurda, algo como de
fotografía, de instante grapado, de flash back interrumpido.
Realmente los escritores son enemigos del tiempo, incansables
canteros luchando contra una erosión inexorable.
Todo empezó hace mucho y cabe preguntarse si algo
ha cambiado, si las metáforas siguen siendo las mismas, si
su entonación diversa ha diversificado su naturaleza, si las
escribió realmente su autor o las escribimos al leerlas o al
leerlas escribimos las nuestras o al escribir leemos las de
siempre. Si la historia de lo escrito es la historia imposible
de un solo instante que gira como una peonza obsesiva
que interpreta siempre la misma historia y, seductora, nos
evita transformarla.
Cuánto de lo que he escrito me pertenece. Cuando
escribo, qué quiero conseguir. Y cuando he escrito, qué
es lo que valoro. Cuánto de lo que está literalmente escrito
debo a lo que no está escrito en el mismo texto
pero es anáfora de lo ya escrito en otros textos. Cuánto
de los otros textos había en mi cabeza antes de escribir
mi propio texto. Humildemente creo que todo escritor se
ha planteado en algún punto del camino ser escritor y se
ha respondido, sistemáticamente, en un acto reiterado
y siempre el mismo, como las olas en la orilla, siempre
recomenzadas, según un parámetro elaborado inconscientemente,
sedimentado lentamente como el limo de
un pantano o el remanso de los deltas, que ese escritor
posee un rostro fragmentario, reconstruido de anteriores
rostros ajenos que hemos querido, o hemos podido, escoger.
Escribimos para entrar en el club, ese club legendario
elaborado por la gratuita elección de mis lecturas. Ese
rostro frankensteiniano está fantasmagóricamente detrás
de mis textos, los determina, selecciona mis palabras, las
empuja como méritos para ser admitido en la selecta sociedad
secreta como miembro de pleno derecho. Al final
el club era como todos los clubes, con sus reglas y sus
ceremonias, sus levitas y sus tiralevitas, sus hipocresías
y, a veces, sus verdades, su deleite y sus tasas mensuales
y económicas, y hasta su seguro de enfermedad por trastorno
literario o brote de originalidad. La tradición. La
maldita tradición que nos enseñaron a amar con doliente
amor fi lológico. Todo es un rancio olor de casino de pueblo.
El rostro deforme que escribe mis textos siempre pertenece
al pasado y hace de mí un onanista enfermizo que
palidece y se nubla en la vanagloria de las eternas starlets
de los calendarios literarios, no muy diversos de los que
anidan en las paredes sucias de los talleres mecánicos.
Se agradecen, eso sí, los esporádicos espectáculos de socios
poseídos por repentinos ataques de ansiedad y asfixia
que se desgarran públicamente intentando desgarrar las
abigarradas cortinas de su coqueto teatro de provincias. Es
triste escribir como sujeto que es sujeto de la historia porque
ese fue un proyecto histórico de construcción que ya
habita en la historia. Lo peor del club son los advenedizos,
los arribistas, los literatos, los académicos o los locos reinsertados
que, hijos pródigos, exhiben frac y medallón como
paletos inflándose a cubatas en la barra libre de las bodas.
Es decir, los que van orgullosos de sujeto inflado, hipertrofi
ado, anclado en la estulticia anacrónica sin percibir el bochorno
ambiente parapetados en el pienso bien dosificado
de las fuerzas vivas: el boticario, el médico, el alcalde, el
director de la caja de ahorros, el catedrático de turno, el
rector o su tía de américa. Todos los caminos, también los
imitados y los contaminados, han sido trazados. La literatura
(aun me tiemblan las piernas y los labios como entonces,
qué curioso) no ha existido siempre. Todo lo demás es
literatura. Somos (homo lector) un estadio evolutivo, un
taxón que se extingue y anida en los zoológicos de la era
literaria suplicando una golosina, una cita, a través de los
barrotes, en el último hueco de los epígonos de la historia
de la literatura, esa que se regala con los yogures y tiras en
la papelera, ya libre, al doblar la esquina.

Antonio González Vázquez

Profesor de la Universidad de Granada/ Nació en Granada en 1966.

Laura…

Las palabras, Antonio, como las frases y los versos y los cuentos y
las novelas, quizá tengan vida propia, y acaso no sean ni de quien
las escribe ni de quien las lee, aunque eso sí, en cada caso tal vez
ocupen matices y signifi cados particulares. Por eso, la misma historia
puede escribirse de muy distintas maneras. Y por eso el mismo
relato puede percibirse de formas muy diferentes.
Y probablemente las metáforas no sean las mismas, ni las palabras
signifi quen lo mismo que signifi caron cuando las pronunciaban
nuestros antepasados. Es posible que siempre haya algo muerto
en lo escrito, y es posible que en ese trance se renueve el lenguaje,
y en esa transformación se produzcan nuevos cambios en el ser
pensante. ¿Hasta qué punto, Antonio, el lenguaje es decisivo en la
evolución intelectual del ser humano?

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¿Y cómo podré yo privar a ese caballero del único motivo de gozo que le queda en el mundo?”, se preguntaba la noble dama” ? Cómo podré pedirle ese halcón que le procura el sustento?

Signos de la noche

Cuando la noche es noche a la esperanza,
Sólo late el silencio
E.M.V.

Si margino la noche
para enredar silencios
por siderales lodos,
el silencio persiste
y se eleva latente
alcanzando vacíos
que laceran la mente;
y un lastre de tristeza,
redondo como un sueño
rendido en la cintura
de la impoluta noche,
fractura la esperanza.
Cuando la noche es noche
aborta los silencios
sin voces. Sin palabras,
en soledad perdidas,
pero grabadas siempre
porque el dolor retorna
o se queda escondido
donde nunca se olvida,
un extraño sonido,
como signo visible,
alcanza en la mañana
una luz de esperanza.

Rafael Rodríguez Almodóvar

Poeta, escritor y editor/ Nacido en Jerez de la Frontera (Cádiz). Fundador y académico de número de la Real Academia San Dionisio, de Ciencias, Artes y Letras. Cofundador y presidente de la Revista Literaria Extramuros. Autor de "De nieblas y silencios", "Memoria del tiempo cumplido", "Tiempo de contar".

Laura…

Otra vez los versos y la palabra. En tu poema, Rafael, el silencio
parece aliarse con la noche, como ambos aspiraran a enmudecer
los vocablos. Pero hay acaso algo de misterio en ese tráfago de metáforas
en que el poeta echa cuentas del silencio y se ampara en la
madrugada para reconocerse en soledad como en realidad estamos
todos, tan solos en muchedumbre.

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“Hijo mío, tranquilízate y piensa sólo en recobrar la salud, pues te prometo que lo primero que haré mañana es ir yo misma a buscar el halcón y a traértelo”, le contestó, decidida.

Juego de Rol

Rosas, muchas rosas, pregonaban la primavera, como si
la naturaleza tratara de hacerlo notorio, como si alguien
tuviera la necesidad de gritarlo a los cuatro vientos.
Raúl advirtió, de pronto, que los rosales que poblaban
la valla del campus habían brotado a borbotones, y casi se
podían oír los pétalos en ese trance de abrirse y hacerse
notar altivamente. A Raúl la primavera se le antojaba tan
evidente que la percibía llena de músicas y de luces. Y
vibraba con otro ánimo, como si su vida hubiera cambiado
al advertir el tránsito de una estación a otra.
Había elegido Periodismo, pero podría haberse decidido
por cualquier otra carrera. Sus padres le habían
aconsejado que estudiara alguna ingeniería, económicas,
empresariales, o periodismo. Optó por esta última porque
pensaba que le resultaría más fácil. Pronto comprobó, sin
embargo, que la ilusión por la universidad acabaría
por convertirse también en una quimera, una
más entre tantos sueños de adolescente.
Y justo por esas fechas se comentaban en clase los titulares
de los periódicos respecto del fracaso de los estudiantes
en su primer año en la universidad: un 20 por
ciento de los alumnos abandonaba los estudios tras el primer
curso en las aulas.
Mientras caminaba, Raúl —veintitrés años,
ojos marrones, tez morena, fi gura alta y desgarbada—
se sentía afortunado por el solo hecho de no formar
parte de ese 20 por ciento de universitarios que abandonan
sus estudios tras el fracaso del primer año. Y se
preguntaba cuáles serían las claves para salir adelante
no sólo en lo que a los resultados académicos se refi ere,
sino también en cuanto a lo que a la vida concierne: a
las relaciones afectivas, a los estudios, al futuro laboral,
a la prosperidad, a la salud… y pensaba inmediatamente
en su hermana menor Gabriela —veintiún años,
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“Señor Federico, he venido a resarcirte de los perjuicios que has tenido por mi causa. Te ofrezco que nos invites, a esta dama que me acompaña y a mí, a comer contigo y hablaremos.”

ojos verdes inmensos, media melena color castaño,
tan comedida en sus palabras, tan elegante— que en sus
dos primeros cursos de facultad había ido muy apurada,
aprobando siempre por la mínima, como tantos otros
compañeros.
Las rosas se mostraban en plenitud durante todo el paseo
universitario. Y Raúl se sentía envuelto en un raro sortilegio
mientras caminaba, tan absorto, que apenas respondía a los
saludos de algunos de sus compañeros. Sólo hay dos mundos
posibles, se decía, mientras continuaba su marcha de
largas zancadas: el de la rutina cotidiana: levantarse
cada día y arreglarse, y salir, y acudir a clase, y tomar
apuntes, y comer, y dormir, y empezar de nuevo; y el de
las rosas: el mundo de las rosas es como un refugio en el que
caben todos los universos; es el mundo en el que nos dejamos
envolver y nos transportamos y nos imaginamos y nos sentimos
distintos. El mundo de las rosas es como el de las miradas,
como unos ojos profundos, como el llanto, como la luz, como
el lugar de todas las músicas. Quizá por eso la primavera trasciende
y subvierte nuestro ánimo, como si se tratara de ese
pequeño gran grito que a menudo, sin dejarse oír, retumba en
nuestra piel y nos recuerda que estamos vivos.

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“No recuerdo, señora, haber sufrido daño alguno por vuestra culpa; la gracia que me hacéis al visitarme es tanta que no la cambiaría por todos los bienes que, pobre ahora, he perdido”.

Raúl cambió el rumbo de sus pasos cuando adivinó, a
lo lejos, los andares muy apresurados de Cristina — veintidós
años, rubia de ojos claros, pelo largo y rizado, muy
gesticulante, muy nerviosa— la chica más resultona de
la clase; una especie de torbellino con tirabuzones
rubios, que presumía, sin decirlo, de ser la alumna más
aventajada de la promoción; y debía de ser cierto, porque
todos coincidían en aceptar que en ella confluían las virtudes
que la naturaleza sólo otorga a las rosas, y a alguno
de sus súbditos, pues súbditos de la naturaleza hemos de
considerarnos si somos conscientes de que de ella dependemos
y ante ella nos postramos, como criaturas frágiles,
criaturas distinguidas de las demás, eso sí, por la arrogancia
de nuestros propósitos diarios, por la prepotencia de
nuestros actos, efímeros a la postre, como las rosas que
durante unos días brillan en el campus.
Cristina era tan activa que el solo hecho de hablar
con ella resultaba inquietante, no tanto por
la persistencia de su mirada, que se clavaba, como los
dardos, en los ojos de sus contertulios, sino por el incesante
movimiento de sus manos, por su animosidad, por
sus continuos gestos, por la rapidez con que respondía,
como si se tratara de un opositor que ha preparado concienzudamente las respuestas a todas las preguntas de un
temario infinito.
Raúl recordaba, mientras observaba cada vez más lejana
la silueta de Cristina, aquellas palabras rotundas que
ella pronunció ante una clase abarrotada, en la tertulia
de humanidades:
—La relación sexual, sin amor, es como una cena sin
apetito. —Dijo, tan convencida, y tan gallarda, que todos
quedaron boquiabiertos.
Salvo Álvaro que, siempre dispuesto a replicar a quien
hablara, le contestó de inmediato:
—¿Y tú qué sabes, Cristina? —¿O es que has hecho un
cursillo acelerado?
Raúl pensaba que aquella chica de ojos claros y tirabuzones,
tan obstinada como era, parecía querer empeñarse
en practicar una férrea y casta virtud, y además
llevaba a gala el hecho de proclamarlo, como si con ello
se reafirmara en sus creencias, tan discutidas a menudo
en los corrillos de la facultad; ella había hecho de su actitud
personal una arenga cotidiana: objetivo de todas las
charlas de pasillo, hasta el punto de haberse convertido
en el centro de atención de todos sus compañeros, en
protagonista indiscutible de aquellas aulas tan tediosas
que, se diría, empujaban a los alumnos a
buscar entre clase y clase unos estímulos que los
estudios les negaban.
De modo espontáneo había surgido, en los pasillos y en
la cafetería de la facultad, en las reuniones y en cualquier
lugar del campus, una polémica acalorada acerca de la
castidad o la promiscuidad de las relaciones entre las personas
y, por extensión, se hablaba de la sexualidad y del
amor, y del distingo que, educacional y tradicionalmente,
favorece aún hoy a los varones en toda relación sexual esporádica.
El discurso, extendido por todos los rincones de
la facultad, traspasaba ya las fronteras de las aulas y se
instalaba en las nuevas autopistas del correo electrónico
y los mensajes de los móviles, hasta penetrar, incluso, en
los despachos de los profesores y convertirse, así, en conversación
estrella de toda la institución académica.
Matías —veintitrés años, muy alto, muy moreno, de
ojos pequeñísimos que parecían perderse entre sus pobladas
cejas; y tan delgado que quienes no lo conocían lo
tomaban por un muchacho enfermo— era el “padre” de
los juegos de rol, la otra práctica común (junto a la ya
vieja parla acerca de la conveniencia o no de una sexualidad
plena, al margen del amor) entre grupos de alumnos
de la facultad.
—Los juegos de rol son como un gran universo sin fronteras.
—Decía Matías. —Como una gran aventura que suple de
golpe las carencias de lo cotidiano… —En los juegos de
rol cada uno puede desempeñar el papel que más desee,
sin ataduras y sin cortapisas; aunque luego es como
si despertaras, a sabiendas de que el sueño ha sido una
quimera en la que sólo puedes participar aceptando de
antemano las reglas establecidas.
Igualmente para Raúl los juegos de rol no eran sólo el
acto mismo de adentrarse en ellos, involucrarse y convertirlos
en hechos reales. Eran, también, todo el preámbulo,
el ritual y el tráfago del pensamiento a la
práctica; como quien idea, escribe y rueda una película:
primero hay que inventar una trama, luego hay que desarrollarla,
es decir, escribirla en un guión; más tarde habrá
que hacer partícipes a todos cuantos quieren formar
parte del juego, y por último es preciso interpretar los
papeles, vivir la historia.
Matías había ideado que el próximo juego en el que
participarían, por separado, Raúl y él mismo, consistiría
en acudir a un prostíbulo y experimentar el placer con
una desconocida, tapándose los ojos, sin posibilidad alguna
de añadir al acto sexual los estímulos que nos otorga la
percepción visual.
Leyeron cuidadosamente los reclamos por palabras de
un periódico de gran tirada, y seleccionaron varios de los
anuncios en que se ofrecían jovencitas: “estudiantes
universitarias, no profesionales, muy marchosas.”
—El juego consistirá —explicó Matías— en acudir a la
cita y taparse los ojos antes de que abran la puerta
de entrada, pues sólo así podrá experimentarse la certeza
del placer, sin aditivos estéticos. Se trata, en realidad, de
asistir a una experiencia placentera, sin más, al margen
de los rasgos físicos y de los convencionalismos estéticos;
al margen del amor y de lo socialmente establecido, de
los cánones que comporta el ideal de belleza.
—Será una prueba. —Dijo, fi rmemente.
Días antes, el inventor del juego llamó al teléfono seleccionado
en el periódico y, al concertar la cita y el precio,
explicó que ellos irían con los ojos vendados, y pidió a
la chica con la que habló que ellas hicieran lo propio.
—No debemos vernos. —Afi rmó, resolutivo. —Es preciso
que lleguemos al placer por el placer mismo, que
experimentemos una sensación distinta, imaginándonos,
sin vernos y sin ser vistos. Luego, al despedirnos habrá
tiempo de abrir los ojos y contarnos cómo ha ido todo…
—insistió Matías, con mucha convicción, a la chica del otro
lado del teléfono.
El primer turno corresponde a Raúl que, muy nervioso,
sale a la calle dos horas antes de la hora convenida, y
ahora, más tranquilo, ve alejarse a Cristina al fondo del
bulevar del campus, muy cerca ya del lugar donde se encuentra
el edifi cio en que tiene concertada su cita.
Al llegar a la puerta del piso Raúl hace sonar el timbre
y se coloca su antifaz. Ya había comprobado en
días anteriores su efi cacia. Es un antifaz muy ceñido y perfectamente
ajustado; tanto, que no deja resquicio de luz
alguno. Y ella, al otro lado, abre la puerta, vendados
sus ojos, y recibe amablemente a quien será su cliente
durante una hora, pues ese es el acuerdo establecido.
Se saludan extendiendo los brazos. Y con los dedos perciben
las primeras sensaciones. Todo está calculado. Las
manos en la cara, las manos en el cuello, las manos en los
hombros, las manos en los pechos…
Ella se ha perfumado con una colonia muy fresca, y
la habitación huele a limones y yerbabuena.
Raúl se pregunta si las percepciones de la sensualidad tienen
más que ver con un ideario imaginado que con la realidad
misma, y se lanza a descubrirlas y a sentirlas, con el mismo
espíritu que le indujo, ya hace seis meses, a enrolarse en estos
juegos tan distintos de cuantos había conocido antes.
Se desnudan en silencio, muy despacio, y se
dan varias veces de bruces con el mobiliario, antes de tropezar
con la cama de aquella habitación tan pequeña que
apenas en dos pasos podría recorrerse; podría aprehenderse
en la memoria, se diría, como un mapa que cupiera
en la palma de la mano.
Les resulta más excitante aún que si se miraran a los
ojos, aunque en el preámbulo, Raúl está tentado de quitarse
la máscara y descubrir el rostro de esa muchacha
que ya se le antoja tan dulce, aun sin verle la cara… pero
piensa que no llevará a cabo su experimento si sucumbe
al afán de sus ojos… y se convence, para sus adentros, de
que la sensualidad ha de percibirse sólo con las manos.
Con las manos y con los labios.
No han intercambiado una sola palabra. Durante largos minutos
sus manos se han buscado, y se han encontrado. Sus
dedos han vislumbrado esos mundos invisibles
a los ojos. Raúl ha sido testigo del milagro de la sensualidad
en el solo trance de la piel, en el roce de los labios.
De ella sólo tiene aún la certeza de su cuerpo y de
sus pálpitos, pero ha podido oír, durante largos minutos,
como susurros, sus tímidos jadeos en el tráfago de esta
experiencia a la que ambos parecen haberse entregado en
cuerpo y alma. Y ahora, todavía en silencio, y ya calmados,
Raúl la imagina dulcísima, tendida a su lado, antes
de desprenderse del antifaz que los dos se colocaron un
instante antes de que se abriera la puerta de aquel piso
con olor a limones y yerbabuena.
Raúl se ha quitado el antifaz y ha visto, a su lado, desmelenada
y aturdida, a Gabriela, su hermana.

Juan Vellido

Periodista, escritor y cineasta/ Nacido en Granada en 1953. Director de la revista "Campus", director de la revista "Volúmenes", coordinador del suplemento de cultura de Ideal "Artes y Letras". Es autor de "Entre bastidores", "Estrategia de la araña", "Cuarto creciente", "Cine español", "Gente de cine", "Calle cortada".

Laura…

Las rosas y la primavera, los limones y la hierbabuena, Juan, revelan
ese tránsito de la adolescencia más dura, el pálpito de una vida impersonal
y desnaturalizada que a menudo se deja ver oculta entre
nick y curiosos antifaces. Quizá la juventud reacciona como puede
ante un mundo de asfalto y acero inoxidable. Y lo hace con esas
mismas armas, lejos de las rosas, de los limones y la hierbabuena.

Libros del solitario

Son objetos cotidianos y tranquilos en cuyo regazo se
apacienta aún toda la sabiduría, toda la inquietud, todo
el desastre y el triunfo de los hombres. Se percibe, en su
olor y en su tacto, su calidad de testigos que pasan de
un alma a otra, subrayada y multiplicada. En mi caso, son
ellos, independientemente de su contenido, quienes retardan
o apresuran el ritmo de la mañana y de la tarde.
Ellos son los pontífi ces: abaten, al abrirlos, sus puentes
levadizos entre una y otra época, entre un país y otro, entre
una y otra alma, y una y otra opinión. El lector necesita
ser su cómplice; hundirse en ellos,
colaborar con ellos, ofrecerse. A cambio recibirá lo mejor
de otro ser: una compañía que no le habría proporcionado
con su convivencia, por encima del espacio y del tiempo…
Algunos amigos se me unen y escoltan durante un largo
trecho; consuelan mis decepciones; me hacen reír o sonreír;
me contagian su impulso.

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Federico hizo pasar a las dos mujeres y las condujo al jardín, mientras él se apresuraba a buscar entre sus pertenencias algo para vender y obtener así algún dinero para la comida.

Pero a ellos sólo, desde que me conozco, no he dejado
de ver ni un solo día. Ellos restañan, sin preguntarme
nada, mis heridas; a su través atisbo el origen del mundo
y su proyecto, su profecía y su memoria; por ellos recibo
mensajes de quienes vivieron en otra geografía y otro
tiempo… Más accesibles que todos los grandes descubrimientos,
más íntimos que cualquier religión, más duraderos
que cualquier amor, más seguros y disponibles que todas
las demás compañías… Se ha dicho: el fin de los libros
ha llegado; los hombres aprenden escuchando y mirando;
la imagen tomó posesión de la cultura. El solitario ve
el aparato sordomudo, y acaricia, con ternura y
devoción, los libros.

Antonio Gala

Poeta, dramaturgo y escritor/ Nacido en Brazatortas (Ciudad Real), en 1936, es cordobés adoptivo. Premio "Calderón de la Barca", Premio Nacional de Literatura. Premio Adonais, Premio Planeta. Es autor de "El manuscrito carmesí", "La pasión turca", "Papeles del agua","Poemas de amor", "Sonetos de la Zubia", "Testamento andaluz".

Laura…

Has dejado dicho, Antonio, que ellos, los libros, son los pontífi ces:
abaten, al abrirlos, sus puentes levadizos entre una y otra época,
entre un país y otro, entre una y otra alma, y una y otra opinión.
El lector necesita ser su cómplice. Y ahí se resume el gran secreto
y el hallazgo de la palabra y de la lectura como aglutinadora de
la imaginación, de la percepción, y de las emociones. El libro, en
fi n, como el gran conciliador entre la realidad y el ser humano; el
libro como objeto humanizado que nos enriquece y nos libera de
lo rutinario.

Lugar de lectura

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Antonio Arabesco

Fotógrafo, nacido en Granada/ Miembro numerario de la Academia de Bellas Artes de Granada. Profesor de Fotografía en la Escuela de Arte de Granada. Maestro fotógrafo honorario de la FEPFI. Es autor de numerosas exposiciones de fotografía: "La Habana: lo real maravilloso", Cuba. "Los caminos de Eros", Granada. "El retrato interior", Cuba.

Laura…

Hay un equilibrio en los ocres y en la luz. Hay, Arabesco, un silencio
entre las páginas de ese libro ilustrado que forma parte consustancial
del escritorio, de los estantes y de los demás libros que se
ven debidamente desordenados. Y hay, Arabesco, armonía en los
tonos, en la geometría y en los espacios. El mundo del libro ha sido
abarcado, se diría, en esa fotografía que ha captado tu cámara. Y
en ese universo se resume, acaso, toda la memoria y la palabra de
que somos capaces los humanos.

La amante veneciana de Gutenberg

Hoy te quiero contar la historia de una mujer italiana
que se llamaba como tú. Unos dicen que es leyenda,
otros directamente que mentira, pero te puedo asegurar
que si no es por ella, lo mismo hoy seguíamos haciendo los
libros, uno a uno, escribiéndolos a mano.
Su nombre era Lauretta, que en Italia es como
te llamarías tú, querida Laura, y hacia 1430
era la amante en la ciudad de Estrasburgo de Johannes
Gutenberg, un alemán al que todos tienen por el iniciador
de la imprenta, ese arte con el que durante 500 años se
han hecho muchos, pero que muchos libros como éste.
Como te digo, esta Lauretta, además de caricias, besos
y, sobre todo, comprensión, le hizo entrega a su amante
de una cosa que terminó cambiando el curso de la historia.
Cuando más atascado estaba en sus primeras investigaciones
sobre un mecanismo para hacer libros como
los que hacían los escribas, pero de otra forma, y andaba
cogiendo ideas de aquí y de allí para poner en práctica
lo que su imaginación cocía, Lauretta, a la vuelta de un
viaje a casa de su madre, le trajo un cajoncito de
madera lleno de unos cuadraditos de metal, estos tenían
en uno de sus extremos grabados unos dibujos incomprensibles
para ellos, pero que dejó a Gutenberg
ensimismado y a partir de ese momento ya no estuvo ni
para nadie, ni para nada, durante la primavera y buena
parte de aquel verano. Bueno, para Lauretta sí, quien sin
saberlo le había dado a nuestro inventor la clave para
hacer prosperar su idea.
Y te preguntarás ¿Dónde había conseguido Lauretta
este cajoncito con letras chinas de imprenta hechas de
metal? Pues verás, además de la historia de Gutenberg,
todos conocemos las increíbles peripecias de Marco Polo
en China gracias a que las dejó recogidas en su “Libro de
las Maravillas”, lo que casi nadie sabe es que además de
con su padre y su tío, Marco contó con la ayuda de una
docena de sirvientes, y mira tú por dónde, entre ellos se
encontraba el abuelo de la amante de nuestro
impresor, Callisto Liciano, él fue uno de los venecianos
que en 1275 pudo ver con sus propios ojos la corte del
Gran Khan. La corte no, más bien la calle. Como sirviente
que era pudo conocer unos lugares y unos ofi cios a los
que su señor ni se acercó, ni le interesaron y que, por supuesto,
nunca aparecieron recogidos entre las maravillas
descritas en su libro.
En el verano de 1282, Genghis Khan les encomendó a
los Polo una delicada embajada a los reinos del norte, a la
ciudad de Song-do, capital de lo que había sido el reino de
Goryeo. Allí Callisto, paseando entre sus callejuelas,
descubrió un lugar donde unos artesanos se afanaban
fundiendo pequeños bloquecitos de metal que
él tomó por algún tipo de adorno para las espadas. Ante la
curiosidad mostrada por la comitiva de extranjeros, aquellas
gentes le entregaron a cada uno de ellos un cajoncito
con tipos que acababan de fundir.
Es curioso, querida Laura, que doscientos años antes
de que a Gutenberg se le ocurriera la brillante idea de
fundir letras en metal, el abuelo de su amante recibiera
un regalo que él tomó como una guarnición para las
espadas y que como tal se trajo de vuelta de su viaje y
lo mejor de todo, lo conservó en su casa como algo muy
especial sin saber realmente para qué servía, hasta que
Lauretta viendo que se parecían mucho a las piececitas
de madera que su amante manoseaba continuamente en
su taller pensó, que a lo mejor a él le podían servir.

Francisco de Paula Martínez Vela

Escritor, poeta, historiador de la Tipografía/ Nacido en Alcalá la Real (Jaén), en 1959/ Es autor, entre otros títulos, del libro de poemas "Las hojas caídas", y del volumen de ensayo "El imaginario europeo de la imprenta en Asia".

Laura…

A Gutenberg lo cautivó Lauretta. Y yo, Francisco, me he dejado llevar
por tu relato, imaginando al amante alemán a quien la historia
ha otorgado el privilegio de ser el inventor de la imprenta. Allí, en
Estrasburgo, junto al Rhin, Johannes Gutenberg cambió el curso de
la historia de Occidente, aunque mucho antes, en China, la imprenta,
como dices, fuera ya una realidad.
Así como en “El libro de las maravillas del mundo” Marco Polo
describe lo que descubrió en sus viajes, cada historia, y acaso cada
libro, podrían encerrar un misterio jamás desvelado. Ahora, en este
blog, tú has revelado el gran secreto de Lauretta y Gutemberg; el
gran secreto por el que cambió el curso de la historia. Y el comienzo
de una nueva era, pues con Gutenberg, a partir de 1500, los
libros comenzaron a imprimirse en Europa, donde los textos repetidos
afanosamente por copistas, dieron paso al papel impreso con
tinta. Era el comienzo de una nueva era.
Ahora tus palabras están colgadas en mi blog.

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Una cuartilla en un libro

Te leo, Laura, en tu blog.
No me conoces. Me llamo Álvaro.
He seguido tu bitácora desde que la comenzaste. He
leído los textos de tus amigos, y en muchas ocasiones he
estado tentado de escribirte, de participar espontáneamente
en tu blog, como lo hago ahora, pues este cuaderno
tuyo de internet me recuerda la costumbre que mi
padre tenía de “responder” a cada libro, a cada lectura,
cada vez que leía un libro en su biblioteca.
Verás: él tenía el hábito de escribir un comentario de
todos los libros que le gustaban, o que no le gustaban. Por
eso, de casi todos los volúmenes que llenaban los anaqueles
de los estantes de su inmensa biblioteca sobresalía
una cuartilla en la que podía leerse la opinión, o
las notas, que él había escrito sobre aquellos volúmenes;
ya fueran de fi cción, de historia, de ensayo, o de
poesía. Así, resultaba curioso el hecho de que de casi
todos los libros sobresalía una hoja manuscrita, como si él
interviniera, de esa forma, en las tramas, en los géneros
y en los estilos que poblaban su biblioteca de historias,
leyendas y versos.
Era su contribución a la obra literaria de los demás.
Pero era, también, una manera de fi jar y ordenar su memoria,
de dejar constancia, para él mismo y para los demás,
de lo que había leído y de lo que cada obra le había
sugerido.
“En algunos casos —decía— lo que yo trazo en las cuartillas
no son sino pequeños mapas de cada libro;
mapas para moverme por ellos cada vez que vuelvo a abrir
sus páginas. Cada libro es como una ciudad, con sus calles,
sus avenidas, sus parques, sus monumentos y sus gentes. Y
a mí me gusta dibujar un recorrido, establecer mis itinerarios
preferidos, destacar lo que más me ha enriquecido en
cada volumen”. Otras veces, sin embargo, apenas escribía

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Pero no halló nada que ofrecer a su invitada, salvo su preciado halcón. Lo sacrificó, lo desplumó, y lo guisó para las damas. Preparó la mesa con los blanquísimos manteles que aún conservaba. Y comieron.

unas líneas, un párrafo en el que sencillamente daba su
opinión general sobre la obra. Para bien o para mal.
En cualquier caso, a mí me resultaba muy esclarecedor,
en general, el comentario que mi padre hacía acerca
de cada uno de los libros que él poseía como un tesoro en
su gran biblioteca. Tanto es así que durante años recurrí
siempre a sus estantes para buscar allí la cuartilla de
cualquier libro que me interesaba. Y me resultaba frustrante,
cuando no lo hallaba, el hecho de no encontrar
entre aquellos anaqueles el título que buscaba.
Ahora, muchos años después de aquel tiempo de mi
adolescencia, me ocurre a menudo que, cuando en cualquier
librería hojeo las novedades de las editoriales, aún
con olor a tinta, busco mecánicamente, entre las
páginas de cualquier libro, esa cuartilla manuscrita
que me ayude a descifrar no sólo el contenido, sino
algunas de las sensaciones que alguien descubrió al leerlo
antes que yo.
Y acaso espero, en mi subconsciente, que eso vuelva
a ocurrir. Espero encontrarme en cada libro que abro una
cuartilla manuscrita, aunque sé que eso ya no volverá a
suceder. Desde hace mucho, las ciudades las descubro por
mí mismo, perdiéndome en ellas, transitándolas, explorándolas,
escudriñándolas, hallándolas.

Álvaro Guzmán

Escritor y poeta/ Nacido en Barcelona en 1975. Ha colaborado en varios periódicos de Cataluña, es asiduo de las publicaciones online y forma parte del grupo "Literatura manuscrita". Es autor de dos poemarios y un libro de relatos que no han sido publicados aún.

laura…

Gracias, Álvaro, por tu contribución espontánea a este blog. Me ha
gustado mucho lo que nos relatas de la librería de tu padre y de su
afi ción a escribir una cuartilla sobre cada libro.
En realidad, mucha gente tiene la costumbre de subrayar, de escribir
incluso sus notas en las páginas de los libros según los va
leyendo. Pero es cierto que la cuartilla de la que tú nos das cuenta
tiene muchas ventajas. Y es que así uno puede consignar su opinión
sobre la totalidad de la obra, y destacar aquellos aspectos que
le hayan parecido más interesantes, o menos atractivos.
La cuartilla bien podía suplir la buena costumbre que antes existía
en todos los periódicos que se preciaban de serlo, que no era otra
que la práctica común de la crítica literaria en los medios de comunicación.
No en vano, los lectores nos guiábamos de esos comentarios
que buscábamos en los periódicos justo en el momento en que
cada libro salía al marcado.
Poco a poco, la crítica literaria en particular, y la crítica en general,
van desapareciendo en los periódicos, en favor de grandes espacios
dedicados a lo que se ha dado en llamar “prensa del corazón”. En
este punto confi eso que nunca he sabido si el hecho de que cada
vez se publiquen más “informaciones” de esas de “prensa del corazón”
se debe a que la gente las demanda cada vez más; o, por el
contrario, la gente las demanda cada vez más porque cada día es
más prolijo el espacio que los medios de comunicación les dedican.
Pero en todo caso es una pescadilla que se muerde la cola.

Tú me pides Laura

Tú me pides Laura
algo para tu blog
y a mí me parece
que me llena tanto vacío
que no puedo ocupar el más mínimo espacio.
La primavera
te ha traído, a ti , Laura,
un festival comunal digno de las mejores marcas,
pero a mí
la batalla del fi n de mundo:
tengo condena de soledad
por haberme hecho libre
un corazón roto
que
ya ha perdido demasiados trozos.
Tú sabes cómo soy yo,
Laura,
que vivo para la intensidad
que mi alegría es extática
y que no quiero mentir,
esa es la verdad.
¿Cómo darte el nombre
de las fl ores que voy inventando
estando tan tempranas
y no teniendo yo
ninguna letra en la garganta?
¿Cómo ofrecerte un universo
si estoy desterrada
al descanso del guerrero?
Pero voy contigo Laura
adonde tú vayas.
Yo voy de mí a ti
inocente
y con amor puro,
sin ingredientes en el puchero
só quédame facer un conxuro.
Todo lo que tengo para darte
es nada.
Pero te lo mando con siete besos.

Nuria Herrera

Poeta, actriz, guionista y dramaturga/ Forma parte de la productora multimedia "Autodidáctica": poemas escénicos, audiovisuales, polipoemas, nuevas formas de expresión dramática. Autora de "Vértigos", ha intervenido en series de TV, teatro y nuevas propuestas escénicas.

Laura…

Me han colmado tus versos, Nuria, y han llenado esta ventana
del blog, como la luz que se cuela por la ventana poco a poco, al
alba.
Quién sabría decir si en tu alma de poeta hay una actriz, o en tu
vocación de actriz hay una voz poética que vindica sus valores nuevos
de mujer del siglo XXI. Pero yo sé, Nuria, que poeta y actriz son
una en el escenario, y en ellas dos, poeta y actriz, se alza el espíritu
sensible que solo albergan aquellos que, como dices, viven para
la intensidad de los minutos y las horas. De los días sería mucho
decir.
Me quedo, pues Nuria, con las fl ores que has inventado estando
tan tempranas y no teniendo tú ninguna letra en la garganta. Me
quedo, Nuria, con ese universo en el que estás desterrada, Y, como
tú, voy de mí a ti para hablarte en esta ventana por la que me envías
siete besos y tus versos de la batalla del fi n del mundo.
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Fotosía

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Nuria Herrera y Daniel Dicenta

Grupo de expresión audiovisual y teatral/ Madrid. Creadores de "Autodidáctica". La palabra, los versos, la imagen, el gesto, conforman el discurso de sus propuestas. "Vértigos", "Fotosías", en soportes teatral y audiovisual concilian la música, la imagen y la palabra.

Laura…

Los versos, en el escenario de un Teatro, no ilustran las imágenes, ni
éstas ilustran los versos. Se diría que unos y otras forman parte del
mismo discurso estético, pero también cuentan la misma historia,
Acaso se trata de que la palabra no sea complemento de nada, sino
parte de un todo. Y las imágenes hagan lo propio, tengan su vida
independiente de los versos.
Como dos amantes.

Leer, contar y cantar

La palabra y el número, como el ser humano que las
produce, tienen afanes de duración y de mudanza.
Bien lo supo aquel niño, nacido bajo el quitasol celeste
de las horas, que aprendió el garbo de la cifras viéndolas
pintadas en la luna llena del reloj y les fue poniendo
nombre mientras sus dedos acumulaban los sonidos de las
campanas, o que, en las fachadas y sobre las puertas,
señalaban casas, la de la abuela, las de las tías amables y
los primos traviesos, la de la matrona, el cura, el practicante,
el boticario…
Transportado de su apacible vega a otro pueblo desparramado
por una ladera, aprendió que en la piedra gustan
de campear las palabras para contar y cantar, además
de para designar plazas y calles, palabras escritas
de muy diversas maneras, aquí incisas, ahí pintadas
con negruras y brillos de carbón, allí goteadas
de vidrio o verdecidas de bronce. Alguien, que supo y
quiso, le enseñó qué es el número y qué el guarismo, qué
los sonidos de la voz y qué las letras y cómo, en aquella
placa donde se evocaba al médico poeta Luis Barahona de
Soto, había signos que cifraban unas veces sonidos, otras
el orden de los años, que V podía sonar uve o sólo u, o
indicar todo lo que el cinco genera o sugerir la victoria. Y
aprendió que escribir es encerrar en signos mudos los suspiros,
las risas, los colores, las notas, y que leer era volver
a darles presencia sensible, de modo que cuando la palabra
y el número, íntimamente entrelazados, brotaban de
sus ojos y sus labios y acordaban su vida interior con el
pálpito del mundo, en ese acorde brotaba la poesía. Lo
supo porque quien los conocía y quiso le dijo estos versos
de Luis Barahona:

Sin tu presencia, Tirsa, el fresco viento
helado quema las fragantes yerbas,
y el rubio trigo que en el suelo echamos
perece en el momento.
Las uvas son acerbas
que de las tiernas vides desgajamos,
y en el lugar hallamos
de trigo, avena, y de cebada blanca,
vallico inútil, y del lino, grama,
y de lechuga dulce, amargo cardo.
Y echó de menos su pueblo, su casa y los campos que
su padre labraba con primor.

Antonio Carvajal

Poeta, profesor y escritor/ Nacido en Albolote (Granada) en 1943. Premio Nacional de la Crítica/ Miembro fundador de la Academia de Buenas Letras/ Autor de "Tigres en el jardín", "Serenata y navaja", "Casi una fantasía", "Después que me miraste", "Testimonio de invierno", "Alma región luciente", "Una perdida estrella", "Los pasos evocados", "Una canción más clara".

Laura…

Dices, Antonio, que escribir es encerrar en signos mudos los suspiros,
las risas, los colores, las notas, y que leer es volver a darles
presencia sensible. Y sostienes, tú que eres maestro de versos, de
métricas y de rimas, que la palabra y el número, como el ser humano
que las produce, tienen afanes de duración y de mudanza. Por
eso, quizá, el escritor aspira a abarcar el mundo entre sus páginas.
Y el lector a descifrar los tonos y los matices que en su imaginación
ideó el poeta.
La palabra, el libro, contienen todos los mundos, todos los universos
posibles. Únicamente es preciso darles presencia sensible.

Exaltación de la realidad refugiada en los libros

El principio de las palabras fueron los signos, que se
convirtieron en imágenes para construir historias. Eso
hizo necesario el nacimiento de los libros. Desde entonces,
signos, palabras y libros forman parte de cada momento
de la vida. Imprescindibles para conocer e interpretar la
realidad, para justifi car el futuro desde la imaginación.
Colectiva e individualmente. Es la única manera de sentir
y de sobrevivir.
Por eso les invito a acompañarme a este viaje por unos
libros muy concretos. Un itinerario personal, de interiores,
propicio a la fantasía, abierto a las sensaciones. Como
un enigma que lo engloba todo. Es el planteamiento que
hace el escritor Alberto Manguel en su libro ‘Una historia
de la lectura’: “El destino de todo libro es misterioso,
sobre todo para su autor”.
Aquí estamos, pues, lo que somos, autores y lectores, sin
distinciones. Encerrados en nosotros mismos. Así surge inevitable
la reivindicación del libro como mecanismo para la
metamorfosis personal. Es otro criterio de Alberto Manguel:
“La verdad es que nuestro poder como lectores es universal
y es universalmente temido, porque se sabe que la lectura
puede, en el mejor de los casos, convertir a dóciles ciudadanos
en seres racionales, capaces de oponerse a la injusticia,
a la miseria, al abuso de quienes nos gobiernan”.
La escritora Ana María Matute ha dicho recientemente:
“Todos llevamos dentro una palabra extraordinaria que
todavía no hemos logrado pronunciar”.
Descubran ustedes mismos la palabra,
de forma personal, libremente. En el silencio interior.
Con sus propias imágenes.
Y aquí estoy. Soy un periodista que se dispone a caminar
por el interior de los libros.

«No pretende el periodista interpretar lo que sucede
en la intimidad de las conciencias ni en las profundidades
del inconsciente. Es la realidad humana social
en la medida en que produce hechos lo que aspira a
interpretar. Los medios de comunicación son en defi nitiva
la arena donde luchan los productores de hechos
para infl uir en el público, mientras que los que controlan
el medio sólo relativamente se interesan en esa
pugna. La propiedad de los medios aspira básicamente
a obtener benefi cios económicos y los que operan en
ellos profesionalmente a dar noticias interesantes (y
acompañarlas de comentarios inteligentes). Los más
interesados en infl uir en los medios no son ni los que
los poseen ni los que trabajan en ellos».
(Lorenzo GOMIS, en ‘Teoría del Periodismo.
Cómo se forma el presente’).
Por consiguiente ya está todo decidido y dispuesto para
un viaje fascinante contracorriente, ¿me acompañan? No
les prometo nada. Síganme, por favor.
…………………………………………………..
‘Al principio era la palabra,
y la palabra estaba en Dios’.
(Evangelio de San Juan)
…………………………………………………..
Vamos pues por este camino singular. Existe el principio,
el ritual con el libro en las manos. Un momento
esencial.
“Me gustaría saber, se dijo, qué pasa realmente en
un libro cuando está cerrado. Naturalmente
dentro hay sólo letras impresas sobre el papel, pero
sin embargo… Algo debe de pasar, porque cuando lo
abro aparece de pronto una historia entera. Dentro hay
personas que no conozco todavía y todas las aventuras,
hazañas y peleas posibles… Todo eso está en el libro de
algún modo. Para vivirlo hay que leerlo, eso está claro.
Pero está dentro ya antes. Me gustaría saber de qué
modo”.

Y de pronto sintió que el momento era casi solemne.
Se sentó derecho, cogió el libro, lo abrió por la primera
página y comenzó a leer…
(‘La historia interminable’, de Michael Ende).
…………………………………………………..
Todos los caminos se inician con canciones de libertad
en la naturaleza, con música, a la que se accede también
a través de los libros. Las palabras de los cantautores se
refugian en los libros y también nos acompañan:
‘Por mucho que a algunos pese
Los tiempos están cambiando,
están cambiando los tiempos,
agárrense que aquí vamos.
Han sido tiempos sombríos
y aún no son tiempos claros’.
(‘Están cambiando los tiempos’,
canción de Luis Pastor)
…………………………………………………..
Miramos el horizonte y vemos las nubes, a la espera
del agua, envueltos en la esperanza, hacia un paisaje que
parece lejano y se descubre en el interior. Y sigo buscando
canciones.
‘Tu y yo, muchacha, estamos hechos de nubes
pero ¿quién nos ata?
Dame la mano y vamos a sentarnos
bajo cualquier estatua,
que es tiempo de vivir y de soñar y de creer
que tiene que llover
a cántaros’.
(‘A cántaros’, canción de Pablo Guerrero)
Todos los mundos posibles están encerrados
en el espíritu de la fi cción. He descubierto así
el periodismo, la historia, la fotografía, la naturaleza, las
matemáticas, el mar, la física, las palabras y sus signifi -
cados, los paisajes, el teatro, el cine, la música, los per-
sonajes, la técnica, el mundo campesino, las montañas,
las ciudades, los pueblos, la fi losofía, el arte, la poesía,
el Universo. Los libros me hacen preguntas que inserto
en mi mente. Y hago mías, muy personales, las miradas de
los personajes con sus palabras.
En estos momentos emerge la aventura de las utopías
que se alimentan de las fantasías de los sueños.
Siento la necesidad de nuevos encuentros con la fascinación,
para reivindicar lo simple, lo que pasa desapercibido,
cuando no despreciado.
Y aquí comparece Don Quijote, haciendo justicia por
los caminos:
‘La del alba sería cuando don Quijote salió de la
venta tan contento, tan gallardo, tan alborozado por
verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba
por las cinchas del caballo’.
(‘Don Quijote de la Mancha’, de Miguel de Cervantes)
El mundo en que vivo, el paisaje que me identifi ca, me
desconcierta cuando intento refugiarme en ese horizonte
inalcanzable.
Me encuentro aquí y ahora con las palabras de Joaquín
Araújo (XXI: Siglo de la Ecología. Para una cultura de la
hospitalidad):
‘El respeto hacia el derredor, la conservación de la Naturaleza,
la armonía como objetivo de la vida son ideas
tan antiguas como la misma capacidad de formularlas. Si
acaso hoy todo se multiplica y adquiere más necesidad
por la poderosa fuerza acumulada en los bandos de la codicia.
Tal vez este extravío de la condición humana que
supone entregarse a lo producido nace de pensar que hay
que llegar a alguna parte y de que el intento puede fracasar.
El pensamiento ecológico es partidario de no llegar,
de estar siempre en el camino y de alegrarse porque éste
no tenga una meta’.
Hay multitud de refugios en los libros, tantos
como pensamientos e ideas. Y con los ojos
cerrados, esos mundos emergen grandiosos, reales, desapercibidos
para los que sólo tienen la mirada física y se
niegan a mirar en el interior.
Pienso en el tiempo presente, en cada instante, en el
ahora, porque los libros a veces se reducen al momento
en que las ideas forman imágenes que contemplo, que
me observan. Y comenzamos a hablar para reivindicar la
sensualidad del tiempo vivido.
‘Señor, en mi camino tendiste mil celadas.
Después me amenazaste: ¡Ay de ti si no sabes
rehuir estos peligros! Lo ves, lo sabes todo.
¿Acaso reprocharme puedes mi rebeldía?’
(‘Rubaíyat’, de Omar Kheyyam)
Es importante la experiencia, la sabiduría del anciano
que aparece recogida en personajes anónimos, de los que
se comprende su existencia por el espíritu colectivo, el
sentido de pueblo, paridos por un paisaje rural. Ahí surgen
libros rodeados de un halo enigmático. A veces el lector
pospone un año tras otro su lectura, sin saber por qué. Pero
es así. El libro permanece cerrado, aunque emana
historias imaginarias para el lector dubitativo, que
un día tras otro no deja de contemplarlo. Hasta que llega
el momento en que se decide y el lector se sumerge en el
interior de aquel libro misterioso con todo el respeto del
mundo.
‘Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi
padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo
le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera.
Le apreté sus mano en señal de que lo haría, pues ella
estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo.
“No dejes de ir a visitarlo —me recomendó—. Se llama
de este modo y de este otro. Estoy segura de que le
dará gusto conocerte”. Entonces no pude hacer otra
cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo
se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les
costó trabajo zafarse de sus manos muertas’.
(‘Pedro Páramo’, de Juan Rulfo)
El tiempo y los encuentros propician distintos mundos a
los que pongo nombres. Confi eso que me siento emergente
en la fi cción. Es lo más real que existe, lo que imagino y que
se interpreta como inexistente. Sonrío ante los incrédulos.
‘Mis sueños son siempre idénticos, las mismas visiones
recurrentes de un modo invariable: estoy junto a
la escalera de nuestra casa, delante de la puerta de
cristal reforzado con alambres contra roturas y montado
en marcos de metal. Afuera, en la calle, hay una
ambulancia, las siluetas fl uorescentes del personal de
urgencias que vislumbro a través del vidrio cobran una
dimensión sobrehumana, sus rostros hinchados parecen
rodeados de un halo, como la luna. Giro la llave.
Sigo luchando en vano’
(‘La puerta’, de Magda Szabó)
En estas circunstancias reaparece una memoria histórica
de un tiempo desvelado, junto con la ironía y el sarcasmo.
‘Es inútil dar voces, Jacinto, convéncete, porque el
mundo está sordo y ciego, Jacinto, nadie te
escucha, ¿oyes? nadie desea enterarse de lo que
ocurre aquí dentro, porque lo que no se conoce es
como si no sucediera…’
(‘Parábola del náufrago’, de Miguel Delibes)
Las cosas son como las imaginamos. La fantasía, créanme,
conduce inexorablemente a la realidad oculta, que
pretende pasar desapercibida para salvarse.
‘Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento,
el coronel Aureliano Buendía había de recordar
aquella tarde en que su padre lo llevó a conocer el
hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas
de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río
de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de
piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.
El mundo era tan reciente, que muchas cosas
carecían de nombre, y para mencionarlas había que
señalarlas con el dedo’.
(‘Cien años de soledad’, de Gabriel García Márquez)
Ahora aparecen nuestras pequeñas emociones, recuerdos,
el sentido viajero hacia cualquier lugar que nos
parezca lejano, siempre más allá del horizonte, cuando
somos conscientes de que allí nunca llegaremos desde
nuestra actual realidad cotidiana.
‘Desaparecieron en la penumbra. La noria se perdió
de vista; en lugar de aproximarse, los sonidos de
la feria y la música cesaron temporalmente.
M. Laruelle volvió la vista hacia el poniente; caballero
de antaño con raqueta de tenis por adarga y linterna
de bolsillo por taleguilla, fantaseó por un momento
en las batallas a las que había sobrevivido el alma
para errar por allí’.
(‘Bajo el volcán’, de Malcom Lowry)
Hay libros que desvelan mundos de hombres con mujeres,
entre las diferencias y desatinos. A veces en tiempo
de silencio, a veces en tiempo anquilosado, condenado al
futuro. Es una realidad que sigue vigente.
‘Dos días después de la borrascosa escena que he contado,
Angustias desempolvó sus maletas y se fue sin
decirnos adónde ni cuándo pensaba volver.
Sin embargo, aquel viaje no revistió el carácter de
escapada silenciosa que daba Román a los suyos. Angustias
revolvió la casa durante los dos días con sus
órdenes y sus gritos. Estaba nerviosa, se contradecía.
A veces lloraba’.
(‘Nada’, de Carmen Laforet)

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Al finalizar el ágape, Juana habló, y contó el motivo de su visita. Le pidió, con una ternura que Federico jamás había visto en ella, que le regalara su bello halcón, para su hijo enfermo.

Miguel Ángel Blanco Martín

Periodista y escritor/ Nacido en Madrid en 1946. Delegado en Almería del periódico Ideal. Jefe de Cultura. Premio Andalucía de Periodismo. Premio Andalucía de Medio Ambiente. Premio Asecan. Ha publicado los libros de narrativa "El espíritu del Cabo" y "Lugares abandonados". Y los ensayos, entre otros, "El cine y su imagen", "Del escenario y la palabra".

Laura…

En los libros, Miguel Ángel, está la memoria y está el futuro. Ha
quedado escrito en distintos lugares de este blog. En los libros, tal
como tú dices, Miguel Ángel, cuando citas a Michael Ende, Me
gustaría saber, se dijo, qué pasa realmente en un libro cuando está
cerrado. Naturalmente dentro hay sólo letras impresas sobre el papel,
pero sin embargo… Algo debe de pasar, porque cuando lo
abro aparece de pronto una historia entera. Dentro hay personas
que no conozco todavía y todas las aventuras, hazañas y peleas
posibles… Todo eso está en el libro de algún modo. Para vivirlo hay
que leerlo, eso está claro. Pero está dentro ya antes. Me gustaría
saber de qué modo.
Las páginas de los libros están llenas de personajes porque cada
letra es un ser animado: alguien que forma parte de una fábula. Y
las letras van y vienen, y se paran. Y suspiran, y piensan y se agachan
y se estiran. Las letras se juntan para constituir los vocablos. Y
dependiendo del orden que adopten tendrán uno u otro signifi cado:
“late”, “tela”; “cosa”, saco”; “come”, “meco”. Las palabras,
asociadas de una forma u otra constituyen los significados con los
que conformamos una historia o una idea. Las palabras son mágicas,
pues, y hacen que los libros sean mágicos, pero ocurre, Miguel
Ángel, que nuestra pequeña realidad cotidiana no nos deja ver el
gran bosque de palabras y frases y versos y relatos que constituye
todo lenguaje.
Tú hablas de libros. Otros hablan de lecturas en las que la aventura
y la emoción parecen estar agazapadas entre las páginas. Pero acaso
todos hablamos de lo mismo: del poder de la palabra, del gran
misterio que encierran los libros, único santuario de la experiencia,
de los deseos, de las emociones y de los sueños.

Estancias contra el tiempo

Laura ……………………………………………
Esas letras de sueño o cal, los ocres y los azules, los versos, la catedral
y la Alhambra bien podrían, José Manuel, anticiparse a este
blog, o a este libro, en que la obra original del artista aspira a ser
parte consustancial del volumen, como lo es de la bitácora. Ambiciona
formar parte de él siendo aun obra única, con sus relieves, sus
colores y sus texturas.
En esta fi losofía del nuevo libro, del blog, del ideario de ideas y de
formas, la obra original otorga un nuevo concepto a la vieja noción
de la lectura. Ahora es posible, así, integrar en las páginas escritas,
como parte de un todo, como pieza del mismo relato, un pliego
de tactos inverosímiles, un grabado convenientemente fi rmado y
numerado, una estampa única.
Los versos de Lorenzo Higueras a la catedral:
Susurra
como las sombras que susurran
como una sombra de otras sombras
como sombra de sombra que alojara
la materia prima o el discurso
Y a la Alhambra
Letras de sueño o cal
edifi can clementes
estancias contra el tiempo
pretenden constituir, junto a otros soportes y otros géneros y estilos,
un solo cuerpo, literario y artístico, en el que la historia, se
diría, adquiere formas con distintas sintaxis. Comunicación, al fin y
al cabo, en la consideración de que no sólo la palabra es el único
cauce expresivo.

José Manuel Peña

Arqueólogo, pintor y artista gráfico/ Nacido en Granada en 1963/ Funda y dirige el taller "La Estampería" para la investigación y difusión de los procesos gráficos y elaboración de libro de artista. Su obra se encuentra en la Biblioteca y la Calcografía Nacional, Museo de Arte de Santo Domingo, Museo del Ermitage, Museo de Grabado Español Contemporáneo, Casa Real Española.

El Quijote

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Jesús Conde Ayala

Pintor, artista gráfico y profesor/ Nacido en Archidona (Málaga) en 1953. Miembro de la Academia de Bellas Artes de Granada. Tiene obra en el Museo Ermitage de San Petersburgo (Rusia), Arte de Vassa (Finlandia), Biblioteca Nacional del Madrid, Museo Nacional de Lituania, Museo Olímpico de Lausanne (Suiza), Calcográfica Nacional de Madrid.

Laura…

Poco más quedaba por leer de la novela, cuando del camaranchón
donde reposaba Don Quijote, salió Sancho Panza todo alborotado,
diciendo a voces: Acudid, señores, presto, socorred a mi señor, que
anda envuelto en la más reñida y trabada batalla que mis ojos han
visto. Vive Dios, que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de
la señora princesa Micomicona, que le ha tajado la cabeza cercén a
cercén como si fuera un nabo. ¿Qué dices, hermano?, dijo el cura,
dejando de leer lo que de la novela quedaba. ¿Estáis en vos, Sancho?
¿Cómo diablos puede ser eso que decís, estando el gigante
dos mil leguas de aquí?
Así comienza, Jesús, el trigésimo quinto capítulo de “El Quijote”.
Y así termina:
Bien, dijo el cura, me parece esta novela; pero no me puedo persuadir
que esto sea verdad, y si es fi ngido, fi ngió mal el autor, porque
no se puede imaginar que haya marido tan necio que quiera
hacer tan costosa experiencia como Anselmo. Si este caso se pusiera
entre un galán y una dama, pudiérase llevar; pero entre marido
y mujer, algo tiene de imposible, y en lo que toca al modo de contarle,
no me descontenta.
En el arte, y en la literatura, la fi cción y la realidad se postulan como
posibles, sin que por ello sean evidentes. La ficción y la realidad
constituyen un juego, una suerte de sugerencia, como esa palmatoria
que aun apagada ilumina el pergamino, los pergaminos, los
números romanos que la sustentan.
En el arte, y en la literatura, la fi cción y la realidad se asemejan a
los papeles estelares que en “El Quijote” cervantino desempeñan
Sancho Panza y su armado caballero. Ellos se conjugan y se concilian,
se complementan, como la realidad y la fi cción que nos ocupa.
La luz se acomoda a las sombras. Acaso en la metáfora última, el
bien y el mal son sinónimos del idealismo, y el materialismo, de la
fi cción y de la realidad, del alma y los aperos que se nos muestran
en tu cuadro.

Álvaro Guzman

Llevas razón, Laura, los medios de comunicación dedican cada vez
más espacio al cotilleo y al comadreo. Los mamarrachos se han
travestido de tertulianos de alto copete. Y cobran más que los ministros
y los futbolistas. Las televisiones se han convertido en escaparates
del comadreo. Nada se corresponde, en realidad, ni con
la vida cotidiana ni con la verdad. En ese tráfago, la literatura impresa
también se ha dejado llevar. Y parece que abundan como
los hongos libros de hablillas y chismes, como si con ello se dejara
constancia del tedio y la apatía que reina en esta sociedad llamada
del bienestar.
Sólo el aburrimiento y la saciedad concitan estos discursos zafi os
y grotescos que a diario ocupan los programas de televisión: vividores,
sablistas, chupópteros, mogrollos, rufi anes, malandrines y
trotaconventos inundan los platós de televisión y se codean con los
celebérrimos periodistas —algunos de ellos, tal para cual— como
si su fama se correspondiera con la rotunda indignidad de la que
hacen gala públicamente.
Son los tiempos que nos ha tocado vivir, con crisis económica de
fondo incluida, y con la propagación de un nuevo discurso, en el
que todos, a una, ponemos en tela de juicio incluso aquellos valores
que hasta ahora se defendían a capa y espada. Y no me refi ero,
claro está, a las prédicas trasnochadas de quienes aprovechan la
exagerada falsía de la izquierda para meter baza retrógada
Y es que, al margen de moralinas y alegatos oportunistas, vivimos
un tiempo de cambios que acaso comenzó en esta travesía de Internet,
y quizá prosiga ahora en una convulsión de los conceptos
de comunicación tradicionales, pues probablemente cambiará,
muy mucho, el mapa de los medios de comunicación que habrán
de acomodarse, poco a poco, a la demanda virtual, cada vez más
solicitada. Y en alguna medida, es posible que también cambie la
idea tradicional de la lectura, del libro, e incluso del lector.
Aunque eso no signifi ca, ni mucho menos, que el volumen impreso
esté en peligro por ahora, con la salvedad, eso sí, de los peligros
que acechan al mundo de los libros; que no son otros que los avasallajes,
los sometimientos a esos lobbys de la cultura que dirigen
—en perfecta eufonía con las administraciones y con los medios de
comunicación— el gran universo literario, pero también económico,
que genera la industria editorial.

Álvaro Guzmán

Escritor y poeta/ Nacido en Barcelona en 1975. Ha colaborado en varios periódicos de Cataluña, es asiduo de las publicaciones online y forma parte del grupo "Literatura manuscrita". Es autor de dos poemarios y un libro de relatos que no han sido publicados aún.

Laura…

Noto en tu verbo, Álvaro, un cierto resentimiento o animosidad
y presumo, aunque es verdad que me equivoco a menudo, que
no has tenido buenas experiencias con el mundo editorial. Espero,
pues, que este portal nos sirva de algo, y que desde esta ventana
de Internet puedan abrirse algunas puertas.
Nuestro blog, Álvaro, comenzó con la primavera. Y ahora ya es
verano, en este día 30 de junio en que la gran mayoría prepara
las vacaciones y se anima a dejar el tráfago diario para buscar otro
paisaje y otras gentes. Y acaso otra historia de la realidad, o de la
ficción.

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