Querida Laura:
Es frecuente opinar en una conversación informal con
alegría y ligereza mientras tomamos una taza de café,
bebemos una copa de vino o caminamos dando un paseo.
Es lo que habitualmente solemos hacer los españoles, tan
amigos de la tertulia y de pontifi car sobre todo lo divino
y lo humano que nos rodea. Por el contrario, cuando alguien
nos pide que pongamos por escrito una opinión concreta
la verbalidad se restringe y las ideas y las palabras
parecen no querer salir de nuestra mente. Tu solicitud
es, sin embargo, tan seductora y el tema sobre el que me
pides opinión escrita —el libro y la lectura— de tal interés
que, a pesar de las limitaciones que acabo de señalar, no
puedo negarte mi comentario
He de decirte que juego con alguna ventaja y es que ya
he opinado sobre el libro y la lectura en alguna que otra
ocasión y que lo que voy a hacer ahora es actualizar, tan
solo, mis refl exiones para poder contestar tu petición.
Verás, sostengo que, en nuestros días, el libro es
el mayor y más útil agente antiglobalización
que pueda darse y lo sostengo por dos motivos. En primer
lugar porque el libro nos hace humanos, en segundo
lugar porque nuestra relación con él nos pertenece
de un modo total y absoluto. Un libro, cualquier libro,
desde la “Iliada” de Homero hasta el último ensayo o poemario
publicado es, en efecto, como ha afi rmado Diego
Gracia, una unidad de sentido, es decir una unidad capaz
de simbolizar y transmitir valores. El libro, añade Diego
Gracia, es por ello el instrumento en el que
la cultura se condensa, se fi ja, se transmite y se
entrega. Y como la cultura es propia del ser humano la
conclusión es bien sencilla: el libro humaniza.
En su ensayo “El tema de nuestro Tiempo” Ortega afi rma
que “cada vida es un punto de vista del universo”.
Pues bien, con los libros ocurre lo mismo, cada libro es
una vida y, por tanto, un punto de vista único, esencial
y distinto sobre el universo en que vivimos. Y esa posibilidad
de conectar con la vida propia y singular de cada
libro es la oportunidad que, contra cualquier intento de
globalización, nos ofrece la lectura.
Si el libro es capaz de humanizar y tiene, por otra parte,
vida y punto de vista propio sobre el universo, resulta evidente
que leer un libro, cualquier libro, constituye
un acto de afirmación contra la homogeneidad
del mundo. No puede por ello sorprendernos
que el libro haya sido y sea visto como subversivo por todos
aquellos que han impulsado e impulsan la uniformidad
sobre la diversidad y la servidumbre sobre la libertad. En
“Fahrenheit 451”, el cuento futurista de Ray Bradbury y
la posterior película de François Truffaut, el libro es ya un
peligrosísimo agente antiglobalización, y la historia que se
narra una perfecta alegoría de lo que el libro representa
como amenaza para la sociedad narcotizada y clónica descrita
en el cuento y la película. Una sociedad que parece
futurista en “Fahrenheit 451”, pero que empieza a ser muy
parecida a la que nos ha tocado vivir.

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Juana quedó perpleja, a sabiendas de cuánto la había amado Federico, y acaso de cuánto aún la
quería, pero decidida a hacer lo que fuera preciso por sanar a su hijo.

Espero, querida Laura, que estas ideas que acabo de
transcribirte no te escandalicen demasiado. Me gustaría
mucho poder discutirlas contigo, pero mientras tanto y
para abrir boca trata de sentir lo mismo que yo. Cada vez
que vayas a una librería o a una feria del libro, cada vez
que tengas un libro entre las manos piensa que eres una
“peligrosa” manifestante antisistema.