Seducida por la palabra, por los versos, Francisco, estas “Cuartetas
para cuatro cuartetos” me trasladan a otro universo, como los “volanicos”
—así llamábamos de chicos a los vilanos, los filamentos
que coronan el fruto de algunas plantas y les sirven para que las
semillas sean transportadas por el viento a otros lugares— que se
dejan llevar planeando sobre el paisaje.
Abstraída, pues, en ese mundo tuyo de jazmines y de violetas, tu
palabra me sirve para saberme más viva que nunca y para reconocerme
distinta del resto de las criaturas de la naturaleza, en la medida
en que mis sensaciones son sólo mías, particularmente mías,
como son exclusivas las emociones que cada uno percibe en sus
entrañas con la lectura de un relato o de unos versos.
En ese distingo, tal vez, está el gran secreto de la literatura, y el
misterio del arte: la capacidad que la palabra y el hecho artístico
tienen para conmover, para inquietar, para despertar distintos
sentimientos y múltiples y diferentes matices en cada uno de los
lectores y espectadores.